miércoles, 29 de enero de 2014

 La providencia divina


Como todos los días, salgo de mi casa, y camino el trayecto hacia la parada del bus donde cada día, entre 1 y 130, me subo en el que me lleva a San José centro. Pero este día en especial es muy importante para mí llegar temprano al trabajo, ya que hay una reunión del departamento, y debo estar puntual. Justo cuando voy llegando a la parada veo venir el bus que necesito. “Qué bien, justo a tiempo.” Al bajarme del bus, camino 100 metros a la siguiente parada donde tomo el siguiente bus que va hacia Santa Ana. Y en ese mismo instante que voy llegando, de nuevo veo ahí ya parqueado el bus que necesito. “Hoy es mi día de suerte.” Y así, gracias a Dios llego a tiempo a la reunión, y hasta con tiempo de sobra.
Mientras tanto, a miles de kilómetros de distancia, en otro país, un muchacho va de camino a la parada del bus donde cada día, igual que yo, toma el que lo llevará a su trabajo. Y justo cuando va llegando a la parada, lo ve pasar de largo. “Qué desgracia. Voy a llegar tarde.” En eso suena un estallido que hace retumbar el suelo debajo de sus pies. Asombrado vuelve a ver en dirección de donde venía tal estruendo. Cual no sería su sorpresa al ver que el bus que lo había pasado de largo, acababa de colisionar violentamente contra un tráiler que no hizo el alto. La imagen es impactante, el bus ardiendo en llamas, mientras las personas que han quedado con vida luchan desesperadamente por escapar de ese infierno.
Esta imagen ciertamente es ficticia. Sin embargo la utilizo para ejemplificar un fenómeno que todas las personas, sean creyentes o no, han experimentado en sus vidas. No son milagros o eventos sobrenaturales, ya que nada extraordinario o fuera de lo normal ocurre. No baja una mano desde el cielo a mover las cosas de su lugar. Todo a simple vista parece exactamente igual. Sin embargo, luego de que los eventos han pasado, nos damos cuenta de que algo misterioso ocurrió a nuestro favor. Pero no sabemos que fue.
Los seres humanos siempre han tratado de explicar el porqué de todo lo que pasa en nuestra vida, todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Buscan un responsable de los eventos ordinarios y extraordinarios de nuestra existencia. Por ejemplo, los griegos decían que la vida del ser humano estaba en las manos de tres mujeres, llamadas Cloto, Láquesis y Átropo, las cuales tenían entre sus manos un hilo que representa la vida de cada persona. La primera lo tejía, la siguiente lo medía, y la última lo cortaba.
Hoy en día se usan palabras como “destino”, “casualidad” o “suerte” para explicar los giros inesperados de la vida. Si una persona va por la calle, y se encuentra por el camino un billete de 50 mil colones, es suerte, y a la vez casualidad, ya que sin planearlo, pasó justo donde estaba ese billete. El destino la puso en el momento y el lugar correcto. Ese es el discurso de gran cantidad de personas.
Sin embargo, como creyentes que somos, sabemos que las casualidades no existen, ni la suerte, ni el destino. El responsable de estas cosas es Dios, y lo que mueve los eventos a nuestro favor se llama Providencia Divina.
El poeta, William Cowper, durante un ataque de melancolía, tomó la decisión de ahogarse en el Támesis. Le ordenó al cochero que lo llevara al puente Blackfriars. Extrañamente, el hombre condujo por todo Londres, pero debido a la densa neblina, no pudo encontrar el puente. Durante el recorrido, el temperamento de Cowper cambió y le dio instrucciones al conductor de que lo llevara a casa. Cuando llegó a su habitación, tomó un bolígrafo y compuso el himno que alaba la providencia de Dios, «Dios se mueve de forma misteriosa; al realizar Sus maravillas;…».


Cuando Dios interviene a nuestro favor
La providencia divina es la única explicación a los giros inesperados de la vida. Dios controla los eventos que ocurren en el Universo, de manera que Su voluntad se cumpla. No debería ser algo difícil de entender y aceptar, ya que sabiendo que nuestro Señor fue el Creador y único responsable de todas las cosas que hoy existen tal como son, con su infinito poder, su incomparable sabiduría y conocimiento, y su absoluta y definitiva soberanía, y completo dominio sobre todo lo que ocurre, aún el movimiento de las hojas, y la marea de los mares, lo más lógico sería ver en Él como el que mueve las cosas a nuestro favor. Sin embargo la verdad es que pocas personas lo ven así, aún entre muchos que se congregan y asisten a una iglesia. La providencia divina, lamentablemente es poco conocida.
Para poder comprender mejor como funciona la providencia de Dios, primero estudiemos un poco de qué manera trabaja. Primero que nada, no es una suspensión de las leyes de la naturaleza, ni una intervención directa de Dios, ya que esto entra en la categoría de milagro. Es un tema aparte.
La providencia puede decirse que es la influencia oculta de Dios sobre su creación. No podemos predecir de qué manera Dios intervendrá, pero luego cuando hemos visto lo que ha pasado, podemos darnos cuenta de que hubo intervención de Dios en el resultado final.
Muchos casos en nuestras vidas personales podemos poner de ejemplo de la intervención divina a nuestro favor. Por ejemplo, cuando por un segundo que nos atrasamos al caérsenos las llaves, eso evita que un auto nos atropelle. O cuando sin saber por qué la muchacha que pretendíamos se casó con otro, y en nuestro sufrimiento por lo que pensamos que perdimos, conocimos a otra muchacha que resulta mucho mejor esposa de lo que la otra hubiera sido. Esto por poner un par de ejemplos. Otros más podrían ser que se nos ponchó la llanta del auto, nos rechazaron la solicitud de la Universidad, no conseguimos este trabajo, etc.
Lo que muchos llaman suerte o casualidad, no es otra cosa que la providencia divina, ya que todo en este Universo está bajo el soberano control de Dios. Nada se escapa de sus manos.
La providencia se basa en dos características de Dios: Una es que Él es justo en todo lo que hace (Salmos 111.3; 145.17; Jeremías 9.24), o sea que todo lo que hace es correcto y bueno. Como es un Dios santo y puro, no hay en Él posibilidad alguna de hacer algo por motivos egoístas o malévolos. Por naturaleza todo lo que hace es bueno. Desde el principio, en la creación, quedó claro que esto era así (Génesis 1: 31).
La segunda característica de Dios que genera su providencia hacia nosotros, es su gran amor por el hombre, que lo lleva a influenciar la vida de este para bien (Salmos 37.23). Como Dios es el que gobierna, Él está al tanto incluso de nuestros pasos más pequeños. Es por medio de la providencia que Dios puede cuidar del hombre (Jueces 14.4a). Su más grande prueba de amor fue mostrada en la cruz hace más de dos mil años. Dios movió cada uno de los eventos en ese momento para que la muerte expiatoria de Cristo fuera todo un éxito, en favor de la humanidad que había vivido, y la que estaba por venir.
Pero la providencia divina tiene un propósito fundamental. Dios ordena las cosas a nuestro alrededor y ordena las circunstancias de la vida de tal manera que seamos motivados a seguir la voluntad divina (Proverbios 20.24). Al actuar de esta manera tan benévola y amorosa, Dios nos demuestra que está interesado en su creación, a tal punto que siempre le provee de lo necesario para subsistir, ordena las cosas, las sustenta, las cuida, de una forma que sólo Él sabe hacerlo. Y lo más maravilloso es que lo hace así por cada persona que vive, aún la que vive en la más obstinada rebeldía hacia Él. Porque le ama, le permite despertar cada mañana, le da aire para respirar, un suelo sobre el cual caminar, un trabajo al cual ir, una familia con la cual vivir. Todo esto es acción directa de Dios en nuestras vidas. Sólo que pocas veces reconocemos que es así.
No sabemos cómo es que funciona la providencia. Pablo mismo no sabía cómo funcionaba la providencia. “Porque quizás para esto se apartó de ti por algún tiempo…” (Filemón 15). Sólo sabemos que sí lo hace. Y también sabemos que esta no falla. Así de grande y bueno es nuestro Dios.

Características de la providencia divina
1.       Es lo suficientemente fuerte como para resolver cualquier dificultad (Romanos 8.28; Hechos 21.14; 1ª Corintios 4.19; 16.7).
Pablo es el primer testigo de la providencia divina manifestada a su favor de tantas formas que no podría siquiera numerarlas. Por su confianza en la providencia divina fue que pudo escribir los versículos siguientes a Romanos 8: 26, hasta el versículo 39. A pesar de todos los ataques de Satanás, y aún cuando muchas veces podría parecer que este estaba ganando la batalla, Pablo vio el control soberano de Dios sobre lo que pasaba. En Filipenses 1.12, 16, 19, leemos acerca de la confianza certera que él tenía en el cuidado providencial de Dios. Tenía la plena certeza que pasara lo que pasara, los propósitos de Dios siempre iban a cumplirse. Nada en la vasta creación tiene ni tendrá suficiente poder jamás para detener la maquinaria divina.
En cierta ciudad antigua había una gran catedral que tenía un sorprendente vitral. Su fama se había esparcido en el extranjero. De muy lejos, la gente realizaba peregrinajes para contemplar el esplendor de la obra maestra de arte. Un día, una gran tormenta quebró la ventana y esta cayó sobre el piso de mármol y se hizo pedazos. Grande fue el dolor de la gente que quedó privada de su más gloriosa obra de arte. Recogieron los fragmentos, los juntaron en un cajón y los llevaron al sótano del edificio de la iglesia. Cierto día, un extraño vino con el deseo de ver la hermosa ventana. Se le informó de lo sucedido. Preguntó qué había sido de los fragmentos y le mostraron las piezas rotas de vidrio. «¿Les importaría dármelos?», preguntó. «Lléveselos; a nosotros no nos sirven», fue la respuesta. El visitante levantó la caja cuidadosamente y se la llevó. Pasaron semanas y cierto día los custodios de la catedral recibieron una invitación. Provenía de un famoso artista, conocido por su maestría en la artesanía del vidrio. Los invitaba a su estudio para que inspeccionaran un vitral. Cuando los llevó a su estudio les mostró un gran lienzo. Con un toque de sus manos, el lienzo cayó. Ahí, ante sus miradas de asombro, brillaba un vitral que sobrepasaba en belleza todo lo que habían visto antes. Mientras contemplaban su rico matiz, sus maravillosos diseños e ingeniosa habilidad, el artista dijo: «Esta ventana he hecho de los fragmentos de su ventana rota. Pueden llevársela y colocarla de nuevo en la catedral». Una vez más, un gran ventanal derramaba su hermosa luz en los oscuros pasillos de la vieja catedral. Sin embargo, el esplendor de la nueva ventana sobrepasaba la gloria de la vieja ventana. La fama del retorno de la ventana llenó la tierra.
Esta es la forma maravillosa de trabajar de nuestro Señor. Cuando parece que nada puede ser peor, cuando lamentamos como han cambiado las cosas, y preguntamos porqué son así, en ese instante, en el punto de más duda para nosotros, se manifiestan los propósitos verdaderos de Dios. Y resulta ser que el resultado obtenido es muchísimo mejor de lo que hubiera sido si esa situación difícil no hubiera ocurrido. Sé hermano que sabe muy bien de lo que hablo. Cuando tuvo por mucho tiempo soportar un trabajo cansado y sin provecho, y que incluso estuvo a punto de renunciar, para que de la nada se presentara frente suyo un puesto mucho mejor de lo que habría conseguido si hubiera renunciado. Este es uno de muchísimos ejemplos. Pablo tenía la plena confianza de que aún cuando pasara momentos muy difíciles, estos eran guiados providencialmente por Dios para un resultado muchísimo mejor de lo que hubiera sido. La gloria de lo nuevo sobrepasaría en extremo la gloria de lo viejo.
Algo sí debe quedar muy claro. No siempre esas respuestas llegan en esta vida. Muchas veces, por no decir todas, no lograremos encontrar explicación a la muerte prematura de un ser amado. Estas respuestas nos esperan al otro lado de esta vida. Y lo que nos debe motivar a seguir luchando y seguir confiando en Dios, es saber que aún ese evento tan desastroso ocurrió porque Dios tenía un propósito para ello. Sólo debemos confiar.

2.       La providencia actúa incluso sobre los eventos ordinarios de la existencia sobre la tierra.
Pablo tenía la plena confianza de que Dios guiaba las circunstancias diarias «… porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (2.13; cf. Filipenses 2.27; Hechos 14.7; 1ª Tesalonicenses 3.11).
Nuestra confianza en la providencia está en el conocimiento que tenemos de Dios. Si estamos convencidos de que Dios está a cargo de todo, y además sabemos que todo lo que hace es para nuestro bien. Si estamos seguros de que todo lo que Él hace es bueno, y de que todo lo que ocurre es por un propósito que está en la mente de Dios, no buscaremos otro responsable para los eventos de nuestra vida más que al Señor. Ni la casualidad, ni la suerte han de estar ni en nuestro pensamiento ni en nuestro vocabulario, ya que sabemos que todo está bajo el mando soberano de nuestro Dios.
Cierto agricultor, fatigado y sudoroso por el arado, tomó su descanso debajo de un nogal. Miró sus parras de calabazas y se dijo a sí mismo: «¡Qué extraño que Dios ponga calabazas tan grandes y pesadas en una parra tan frágil con tan poca fuerza que tiene que arrastrarse por el suelo!». Luego mirando hacia las ramas del árbol, agregó: «¡Qué extraño que Dios ponga nogales tan pequeños en árboles tan grandes con ramas tan fuertes que pueden sostener a un hombre!». Justo en ese momento, una corriente de aire arrancó un nogal del árbol. El cansado agricultor dejó de cuestionarse y se frotó la cabeza arrepentido y dijo: «¡Qué bueno que no era una calabaza la que estaba arriba!».
Existe la tendencia de decir que las cosas ocurren simplemente porque sí. Pero esa no es la respuesta correcta. Todo tiene un debido propósito por el cual es como es, y que las cosas ocurran como ocurran. Dios todo lo hace bueno y con un debido orden y propósito. Nuestra confianza en la providencia divina debe provocarnos paz y no temor. Confiar en maravilloso Dios que nos ama, y que todo lo controla. Aún el granito de arena que cae al agua de un río, está siendo vigilado por Dios en su caída. ¿No es esto algo que nos provoque tranquilidad? “Si Dios es por nosotros, ¿quién podrá contra nosotros?” (Romanos 8: 31)

3.       La providencia ofrece oportunidades al hombre errado para que obedezca a Dios y le siga.
Pablo sabía que la providencia había sido la que dirigió su vida e instrucción religiosa durante sus años mozos. Esta formación temprana lo había preparado para su papel apostólico. Haciendo memoria de su vida, Pablo podía decir con toda confianza que “por medio de Dios” él era un apóstol (Colosenses 1.1; 1ª Corintios 1.1; 2ª Corintios 1.1; Efesios 1.1; etc.).
Los que han recibido la oportunidad de escuchar y obedecer el evangelio no serán excusados del castigo eterno, debido a que la providencia se aseguró de que «[Dios] no se dejó a sí mismo sin testimonio» (Hechos 14.17; 2ª Tesalonicenses 1.7–9). ¡Feliz es el buen corazón que aprovecha las oportunidades providenciales para obedecer al evangelio de Dios! A través del día, Dios ofrece al inconverso muchas oportunidades para que se arrepienta y confiese a Jesús como Señor y Salvador. Sin embargo se mantiene ciego al llamado, viendo solo lo que quiere ver. “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.” (Romanos 1: 20)
En toda situación, Dios puede crear eventos que afecten a las almas perdidas. La providencia de
Dios «abrirá puertas» para que las almas perdidas sean salvas. Puede que el perdido esté al lado en la cama de hospital y jamás habría sido presentado a la iglesia del Señor de no haberse enfermado usted. Que Dios nos use dentro de Sus propósitos providenciales para hacerle ver a todas las personas que tiene una oportunidad de salvación para cada uno.  La actividad providencial de Dios puede abrir puertas al perdido para presentarle a este la iglesia, al ponerlo a usted en contacto con el compañero más próximo en una clase de inglés, con el vecino que acaba de moverse a su comunidad, o con el mejor amigo de su hijo adolescente. Cualquiera que sea la situación, la providencia de Dios puede «abrir puertas», y tenemos que estar listos para entrar por ellas (Apocalipsis 3.8). Dios cumple sus propósitos a través de nosotros, pero no a nuestra manera, sino como Él quiera que se haga. El ejemplo claro es Pablo, quien se había propuesto ir a Roma, sólo que no se esperaba de qué manera llegaría (Romanos 15.29, 32)
La misma providencia actúa sobre buenos y malos. Es cuestión de cada quien reconocer a Dios detrás de esas bendiciones, o simplemente rechazarlo. La misma providencia fue demostrada a todos los israelitas cuando anduvieron por el desierto. Algunos fueron endurecidos mientras que otros fueron ablandados (Hebreos 3.7, 8; Números 14.30). La lista es interminable, es decir, todos son confrontados con la misma providencia. Sin embargo, algunos la reciben con anhelo y otros la rechazan obstinadamente (Mateo 5.45; Hechos 14.17).

La mano invisible de Dios
Que no comprendamos la providencia divina no quiere decir que no exista. Los caminos de Dios son misteriosos e incomprensibles (Jeremías 12.1, 2; Job 21.7). Es como un autor desconocido hizo notar: «Los caminos de la providencia son muy misteriosos; las cosas suceden de la manera más inexplicable; sin embargo, no es necesario que nos dejemos desconcertar por ello». Además nos dice Isaías: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos…» (Isaías 55.8, 9).
Cierto agricultor piadoso tenía a su esposa sufriendo de un gran dolor, sin embargo, no podía adquirir el medicamento para aliviarla. Su único recurso lo constituía un campo que estaba por ser cosechado. Fue al campo y comenzó a arar y hacer preparativos para la cosecha. Se había quitado sus zapatos para colocarlos a la orilla del campo cuando dos traviesos niños deambulaban por el lugar. «Llenémoslos de piedras», dijo uno. El otro contestó: «No, pongamos un dólar y veamos qué hace cuando lo encuentre». Pusieron el dinero adentro y se ocultaron. El agricultor vino para ponerse los zapatos y vio el dólar. Buscó quién lo había colocado allí y no vio a nadie. Cayó sobre sus rodillas diciendo: «Señor, no sé cómo lo hizo, pero gracias por este dólar con el que iré a comprarle medicina a mi esposa». ¡Esto muestra que Dios usa lo simple para llevar a cabo grandes cosas!
El salmo 23 muestra un cuadro de lo que es la providencia divina. David vivió momentos difíciles antes de ser rey de Israel. Sin embargo, a pesar de todas circunstancias que parecían en contra suya, mantuvo su confianza en Dios. Al igual que David, debemos aprender a confiar en que la providencia nos lleve a través de los peligros de la vida (Salmos 111.3; 145.17; Jeremías 9.24).
Ana fue objeto de la providencia de Dios. Luchó con la duda y el desconsuelo, sin embargo, estuvo decidida a confiar en el poder de Dios. Por medio de esa confianza, vio la mano providencial de Dios (1º Samuel 2.6–9). Todo se revela a su tiempo. Recordemos que el plan de salvación a través de la sangre de Cristo, ya estaba en la mente de Dios antes de la creación. Para Dios un día son mil años. Vivamos pensando en esto y sabiendo que, aunque parezca que Dios nada hace, está obrando de manera invisible, pero eficaz.

Algo más para aprender
Antes de concluir, veamos algunos detalles importantes a tomar en cuenta acerca de la providencia.
Hay personas que tienen la tendencia a echarle la culpa a la «voluntad de Dios» o a los «obstáculos providenciales» por la desobediencia de ellos a la voluntad de Dios. Esto los lleva a conclusiones absurdas. Conversé una vez con una joven señora acerca de la relación inmoral en la que se encontraba y de la inconsecuencia de sus actos a la luz de la Biblia, e hizo este ridículo comentario: «Sé lo que dice la Biblia, pero al ver cómo todo sencillamente “calza en su lugar”, me convenzo de que la voluntad de Dios es que yo continúe así». No lograba darse cuenta de que la providencia de Dios se mueve para abrir los ojos a la obediencia divina, ¡no para excusar la desobediencia!
Además, algunos creen que las enfermedades o la muerte triunfan sobre Dios y son victoriosas. Sin embargo, la providencia de Dios nos permite elevarnos por encima de las tragedias del mundo y conquistar todos los peligros (1ª Corintios 10.13; Apocalipsis 17.14).
La providencia es un refugio a la persona perpleja. Extiende la esperanza al desesperado por medio de una confianza certera. La providencia no se oculta; ¡se deja ver claramente! Si observamos sin fe nuestra vida, nada parecerá tener sentido ni estar ordenado. Sin embargo, si observamos desde la perspectiva correcta, veremos que todos los eventos caen en su lugar de forma exacta, ¡y aparecerá ante nosotros una hermosa narración que describe el cuidado y la consideración del Dios Todopoderoso!

Cuando Pablo y Bernabé dieron el reporte de lo acontecido en su primer viaje misionero, «… refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos, y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles» (Hechos 14.27; cf. 2ª Corintios 9.8–10; Colosenses 4.3, 4). Conocer el alcance de la providencia, nos ayuda a crecer en nuestra fe hacia Dios. Dejemos que la mano providencial de Dios actúe en nuestro favor. No debemos hacer nada más que confiar en Él, y dejar que se haga cargo de todo eso que no entendemos y no controlamos. Él es Dios. Sabe perfectamente lo que hace.

Vol.32/Enero2014

sábado, 18 de enero de 2014


Creo, ayuda mi incredulidad

Un gran equilibrista se disponía a hacer una de sus más grandes proezas. Estaba justo frente a las majestuosas cataratas del Niágara, y una gran multitud estaba atónita observando. Entonces el artista gritó a la audiencia: “¿Creen que puedo atravesar estas cataratas caminando sobre este cable tensado?” ¡Si! Respondió la multitud eufórica. Y así lo hizo sin ningún inconveniente. Luego volvió a preguntar a la gente: “¿Creen que puedo cruzar de nuevo?” ¡Si! Contestaron emocionados. Y lo volvió a hacer sin ninguna diferencia. Otra vez preguntó el equilibrista: ¿Creen que puedo cruzar, pero esta vez llevando una persona dentro de un carretillo?” ¡Si! Volvió a contestar la multitud. “¿Bueno, entonces quién será el voluntario que irá dentro del carretillo?” Se hizo un completo silencio, tal que solo se escuchaba el agua de las cataratas caer al vacío.
¿Cuántas veces nos encontramos con un gran precipicio al frente nuestro, y creemos que es demasiado profundo y grande como para superarlo? Pongámosle el nombre que queramos. Pérdida de un ser querido, perdida del hogar, hijos descarriados, padres incomprensivos, pareja deficiente, falta de empleo, problemas familiares, problemas con personas del colegio, el trabajo o la universidad, deudas con el banco, deudas con otra persona, etc., etc.  
Creemos que si es posible superar esas dificultades. Pero a la hora de la hora, cuando las tenemos de frente, no estamos tan convencidos de ello. ¿Cómo podemos convencernos de que Dios nos capacitará para superar esa prueba? ¿Cómo podemos estar seguros de que saldremos adelante en esos momentos que sentimos que nuestra fe no da más, que las fuerzas se nos han acabado? La respuesta nos la da el mismo Jesús.

Pasaje base: Marcos 9: 14-29

1.       La escena
-Contexto inmediato: Leyendo unos versículos antes, podemos ver que Jesús, junto con Pedro, Jacobo y Juan habían subido a un monte, donde Jesús se transfiguró frente a sus ojos. Sin duda que esta había sido una experiencia indescriptible para Jesús y sus compañeros.

-Sin embargo al bajar del monte, se encontró con una situación muy trágica.
1.       Había un muchacho sufriendo de los poderes del mal, convulsionando y escupiendo espuma, tirado en el suelo.
2.       Había un afligido y angustiado padre.
3.       Estaban los apóstoles de Jesús  avergonzados y sin saber que hacer.
4.       Estaban los maestros de la ley y los escribas judíos, cuestionando la capacidad para sanar de los apóstoles, y además burlándose de su incapacidad.
5.       Estaba la gente tan absorta en la discusión entre discípulos y fariseos que no habían visto descender a Jesús.
6.       Y por último, estaba el demonio dentro del muchacho, que era el único en la escena que seguía convencido del poder de Jesús.

La molestia de Jesús era natural e inevitable. Muchas veces se había topado con gente incrédula y crítica que no les importaba creer, sólo ver que ganaban o que espectáculo sucedía. Sin embargo su mayor decepción fue ver cómo sus mismos discípulos estaban envueltos en ese ambiente de incredulidad.

2.       El padre
-De entre todo este espectáculo salió un hombre a postrarse a sus pies. Era el padre del muchacho endemoniado. Al ver Jesús su rostro, pudo notar que era un hombre afligido, que había pasado mucho tiempo sufriendo al ver a su hijo en esos ataques demoniacos. Había venido en busca de ayuda, pero en el camino se encontró con una serie de obstáculos que debilitaron su fe, y lo hicieron dudar. Si los analizamos, veremos que son exactamente los mismos obstáculos con los que nos enfrentamos diariamente:
a.       Los demonios que atacan nuestra vida. Ese muchacho no merecía sufrir ese tormento, y sin embargo le estaba pasando. Siempre nos pasa lo mismo. Hacemos todo nuestro esfuerzo por ser cristianos fieles, por no caer en pecado, por hacer buenas obras, por ser puntuales y cumplidores. Y sin embargo nos llegan las pruebas más duras y más difíciles. Entonces es cuando decimos: “¿Por qué a mi? ¿Qué hice para merecer esto?” Y nuestra fe se viene abajo, ya que parece que a Dios no le importa nuestra vida ni nada de lo que hagamos. Además estos demonios nos conocen bien, y atacan nuestros puntos más débiles, se aprovechan de nuestras debilidades, y nos hacen caer. Entonces sentimos culpa, y nos sentimos tan indignos que decidimos mejor alejarnos de Dios y la iglesia.
b.      La ausencia de Jesús. Como dijimos antes, Jesús estaba con tres de sus discípulos en el monte donde de la transfiguración. Esto fue aprovechado por Satanás para sembrar duda en el corazón de este pobre hombre. De igual forma cuando estamos fuera de la presencia de Dios es cuando el enemigo se aprovecha de nuestra fragilidad. Como estamos sin luz, caemos fácil presa de sus trampas. Nos hace sentir mal, desanimarnos, deprimirnos, y nos hace creer que estar tristes y en una constante amargura es la única solución. Sentimos un vacío que sólo Dios puede llenar. Sin embargo el enemigo nos hace creer lo contrario, que podemos llenar ese vacío con falsos dioses. Y así nos hace sentir miserables por el resto de nuestras vidas.
c.       Los fariseos y saduceos burlándose de Dios. Son esa clase de personas que no valoran el mensaje de Dios, que no creen en la necesidad de salvación. Son personas que viven en pecado, y siembran duda en los corazones de los creyentes con teorías absurdas de la evolución, del humanismo, del libre albedrío. Son esas personas que ponen en mal el nombre de Dios, quienes dicen “de que sirve ser cristiano, si son los que viven peor.” Son quienes no creen en Dios, y se burlan de quienes pretenden vivir una vida consagrada a Él.
d.      La multitud que solo observa. De este tipo de personas son la mayoría con que nos topamos, son las que nada más miran, murmuran entre sí, se compadecen de nosotros, pero no hacen nada más. Son como los mirones que se quedan viendo los accidentes y desastres. No ayudan en nada, solo hacen crecer nuestra pena.
e.      La inutilidad de los discípulos. Los supuestos cristianos que hacen cosas que demuestran lo contrario. Muchos se desilusionan por las deficiencias de los cristianos y dejan que esto influya en su fe en Dios. Si bien es cierto que no debemos poner la mirada en los hombres, los cristianos son reflejo de Cristo, y si lo que la gente ve en nosotros no es bueno, a quien desestimarán será a Jesús mismo. Y esto hará muchísimo más difícil que tengan una fe real. No es que seamos perfectos, pero si que llevemos una vida consciente que no vivimos para nosotros sino para Dios.

-Resultado: El padre venía hacia Jesús con una firme fe de que Él podría ayudarle en su necesidad. Pero luego de encontrarse en el camino con todos estos obstáculos, su fe se derrumbó. Antes creía que Jesús era la solución, ahora no estaba convencido de que fuera así. Todos esos obstáculos, y todo ese ambiente de duda provocó que este hombre si acaso alcanzara a decir: “si puedes hacer algo…”
¿Quién de nosotros no se ha sentido igual que ese pobre hombre? Venimos con todas las ganas, llenos de emoción, a los pies de Jesús, para rendir nuestras vidas ante Él. Nos bautizamos, y comenzamos a andar en sus caminos, muy emocionados, creyendo que todo irá bien con Jesús. Sin embargo, empiezan a ocurrir cosas que no nos esperábamos. Cosas terribles, dolores intensos, sufrimientos, la vida se nos vuelve una tortura. Nos levantamos y creemos que todo será mejor, para darnos cuenta de que es peor más bien. Y es en ese momento cuando creemos que no hay solución, porque ya no sabemos qué más hacer. Nos frustramos, nos deprimimos, nos llenamos de amargura, de rencor, de resentimiento, de duda. Y entonces escuchamos nuevamente la voz de Jesús hablándonos, pero nuestra fe se ha hecho tan pequeña, que ya no creemos posible salir de ese oscuro hueco en el que estamos metidos.

La necesidad inmediata: Recuperar la fe
En este punto de la historia, ¿Cuál era la principal necesidad que vio Jesús en ese pobre hombre? Ya no era que su hijo poseído fuera otra vez sano. Ahora, lo que este hombre necesitaba a los ojos de Jesús era RECUPERAR SU FE.
¿Cómo hizo Jesús que este hombre recuperara su fe? ¿Qué debemos hacer nosotros para recuperar nuestra fe? Jesús nos da dos requisitos indispensables:
a.       Con esta frase: “Al que cree todo le es posible”, Jesús dejó muy claro algo. El principal requisito para que Dios actúe en nuestras vidas es que tengamos fe. Porque “…sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” (Hebreos 11: 6) Pero si venimos ante Él con duda, no perdamos el tiempo porque así no responderá. Una mujer tenía que ir hasta el otro lado de un cerro para llegar al pozo de donde sacaba el agua. Después de leer este pasaje, oró diciendo: “Dios, yo creo, así que por favor, ¡quita ese cerro!”. Cuando levantó la mirada, y vio el cerro ahí todavía, exclamó diciendo: “¡Tal como lo esperaba! ¡Aún está allí!”.
Con esa frase que Jesús le dijo a este hombre: “La sanidad de su muchacho depende de usted, no de mí. Yo puedo hacerlo, ¿Cree usted que yo puedo?” ¿Cree usted hermano que Dios puede? ¿Está convencido de ello, o todavía tiene dudas? Sepa hermano que usted y yo caminamos por la misma cuerda floja sobre ese precipicio, y tenemos exactamente las mismas posibilidades de caer. La diferencia está en si creemos que Dios nos hará pasar sanos y salvos al otro lado, o si dudamos de ello. ¿En qué momento fue que comenzó a hundirse Pedro cuando caminaba sobre el agua? Cuando su fe comenzó a flaquear. Si hubiera seguido confiando en el poder de Jesús, tengamos por seguro que habría llegado hasta sus pies.
Usando la comparación con la semilla de mostaza, Jesús nos enseñó que no importa que tan grande o pequeña sea nuestra fe, porque así del tamaño que sea, puede llegar a ser enorme. Lo importante no es el tamaño de nuestra fe, sino el objeto de ella. ¿Tenemos fe en Jesús, o tenemos fe en el predicador, o en nuestros padres, o nuestros hijos, nuestra pareja, o en nosotros mismos? La única fe verdadera es la que está puesta en Jesús.
b.      El segundo requisito es HUMILLARSE. Es reconocer que por nosotros mismos no podemos hacer nada. Reconocer que no tenemos ni las fuerzas, ni el conocimiento, ni la paciencia, ni el poder de superar esas pruebas. Es reconocer que nada de lo que nosotros pensemos que puede ser la solución realmente lo es. Es reconocer que nadie más puede ayudarnos a superar esos terribles momentos, sino solo Dios. Es como dice Lamentaciones 3, sentarse y callarse, poner la boca en el polvo, y dejar que Dios se haga cargo de todo eso que nosotros no podemos hacer.
“Creo, ayuda mi incredulidad. “ El padre reconoció que su fe era muy pequeña. Reconoció que sabía que Jesús podía hacer algo, pero también reconoció que no estaba del todo convencido. Sabía que Jesús tenía poder para realizar su milagro, pero su confianza en Él no era completa. Todavía tenía duda en su corazón, y necesitaba que Jesús mismo le ayudara a creer. Y cuando hubo reconocido esto, su pequeña medida de fe fue suficiente para que Jesús hiciera su milagro. Ahora sí estaba listo para que Dios actuara.

El poder de Jesús
-Antes de salir, el demonio hizo un último ataque, como el ataque de un animal indefenso cuando está acorralado. El enemigo nunca nos va a dejar así de fácil. Siempre hará un último intento por evitar que nos escapemos de sus garras. Por eso cuando más esfuerzo hacemos por acercarnos a Dios, más difícil se nos hace. Aparecen uno y otro obstáculo. Pero cuando pase eso, tengamos claro que es el ataque cobarde de un adversario que sabe que ha sido vencido.
-Finalmente, el demonio salió. El muchacho recuperó su juicio, y regreso sano a su padre, quien con los ojos llenos de lágrimas, y sus brazos abiertos, recibió de nuevo su felicidad y su paz. La prueba había pasado, la calma había llegado, el sol había salido de nuevo.

Lección extra: el fallo de los discípulos
-Cuando hubo todo pasado, los discípulos le preguntaron a Jesús porqué no habían podido sacar ellos el demonio. “Y les dijo: Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno.” (Marcos 9: 29). Jesús no les estaba diciendo que antes de hacer el exorcismo debían haber hecho ayuno, ya que eso hubiera requerido al menos un día, y la necesidad era en el momento. Tampoco era que debían haber hecho una oración especial para sacarlo. Lo que Jesús quería decirles era que de alguna forma ellos habían descuidado su vida espiritual, por lo que en ese momento de prueba no estaban en condiciones de usar el poder que Él les había dado. Muy posiblemente, como su fe no estaba firme, puede que incluso se llenaran de orgullo al recibir a este hombre en busca de ayuda. Y recordemos que el requisito para que Dios actúe es HUMILDAD Y FE. Como esto era lo que menos tenían en ese momento, el fallo era inevitable.


Conclusión
-“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo.” (1 Pedro 5: 8-9)
Muchos personajes bíblicos, por no decir todos, tuvieron dificultad en su andar con Dios. Elías se desanimó (1 Reyes 19: 10). Jeremías sintió que su labor no tenía fruto (Jeremías 9: 1; 13: 17). Pedro era muy impulsivo, y hablaba sin pensar (Lucas 9: 33). De igual forma todos los hermanos que están a su alrededor también viven momentos de dura prueba, e incluso de duda. No se sienta solo, ni piense que nadie lo puede entender. Acérquese a sus hermanos cristianos, son la mejor compañía en esos momentos.
Volviendo a la historia que conté al principio sobre el malabarista, luego de que la multitud se quedara en completo silencio, de entre ellos salió un niño que fue donde el artista, se subió al carretillo y cruzaron juntos de un lado al otro del precipicio. Este niño era hijo del malabarista. ¿Tiene tal fe usted en su padre, que aún cuando atraviese un precipicio, Él evitará que caiga? ¿Cómo está tu fe?

Niveles de fe
Un escritor hizo una lista de los niveles de fe por los que pasa el ser humano en su relación con Dios.
a.       Fe por experiencia: la fe de los niños, la que proviene de los padres y demás personas que influyen de ellos.
b.      Fe por afiliación: la fe de niños mayores y de muchos adultos, que proviene de afiliarse con quienes tienen fe.
c.       Fe del que busca: del que hace preguntas, del que quiere saber en lo que cree.
d.      Fe propia: fe personal, del que ha cultivado con fe, del que está convencido por sí mismo.
Según dice este hombre, la gran mayoría de las personas no pasa del nivel 2. Ahí se estancan porque creen que no necesitan creer nada más. Y esto se debe a que no quieren humillarse y reconocer que todavía no saben suficiente.

-Para que no nos pase eso mismo en los momentos de prueba, Dios ha puesto en nuestras manos muchas fuentes para constantemente estar alimentando nuestra fe. Y también son recursos que nos darán las fuerzas para seguir luchando hasta obtener la victoria:
a.       Conocimiento. Si no sabemos qué es lo que creemos, es mucho más fácil que nos invada la duda. Para evitar esto, estudiemos la Biblia, leámosla siempre que podamos, escuchemos predicas, clases, estudios. Todo esto nos hará estar más convencidos de que las promesas de Dios, todas ellas, son para nosotros. La Biblia es la fuente de toda verdad, aprovechémosla. 
b.      Acción. No basta con conocimiento. Debe hacerse algo con ese conocimiento. Debemos servir. Aunque nuestra fe sea limitada, aunque no sepamos mucho, debemos hacer algo con lo que ya sabemos. Es por el ejercicio que los músculos crecen. Levántese de esa banca dura, y comience a hacer algo por poner en práctica todo lo que ha aprendido. Comience por ejemplo haciendo algo para que esa banca ya no sea tan dura.c.       Evitar y confiar. Es nuestra tarea diaria evitar lo que destruye la fe, malas compañías, fuentes de duda del mundo, todo lo que incentive carnalidad. No descuidemos aún las cosas que parecen inofensivas. Pero no basta con limpiar el terreno, hay que cultivarlo, busque lo que le hace crecer, como congregarse, estar con gente que aliente nuestra fe, llenarnos de pensamientos buenos y positivos. Acercarnos a Dios, tener una relación intima con Él mediante la constante oración. Y permitirnos escuchar su voz.
c.       Evitar y confiar. Es nuestra tarea diaria evitar lo que destruye la fe, malas compañías, fuentes de duda del mundo, todo lo que incentive carnalidad. No descuidemos aún las cosas que parecen inofensivas. Pero no basta con limpiar el terreno, hay que cultivarlo, busque lo que le hace crecer, como congregarse, estar con gente que aliente nuestra fe, llenarnos de pensamientos buenos y positivos. Acercarnos a Dios, tener una relación intima con Él mediante la constante oración. Y permitirnos escuchar su voz.

Kenneth Matarrita A.