Creo, ayuda mi
incredulidad
¿Cuántas veces nos encontramos con un gran precipicio al
frente nuestro, y creemos que es demasiado profundo y grande como para
superarlo? Pongámosle el nombre que queramos. Pérdida de un ser querido,
perdida del hogar, hijos descarriados, padres incomprensivos, pareja
deficiente, falta de empleo, problemas familiares, problemas con personas del
colegio, el trabajo o la universidad, deudas con el banco, deudas con otra
persona, etc., etc.
Creemos que si es posible superar esas dificultades. Pero
a la hora de la hora, cuando las tenemos de frente, no estamos tan convencidos
de ello. ¿Cómo podemos convencernos de que Dios nos capacitará para superar esa
prueba? ¿Cómo podemos estar seguros de que saldremos adelante en esos momentos
que sentimos que nuestra fe no da más, que las fuerzas se nos han acabado? La
respuesta nos la da el mismo Jesús.
Pasaje base: Marcos 9: 14-29
1. La
escena
-Contexto inmediato: Leyendo unos versículos antes,
podemos ver que Jesús, junto con Pedro, Jacobo y Juan habían subido a un monte,
donde Jesús se transfiguró frente a sus ojos. Sin duda que esta había sido una
experiencia indescriptible para Jesús y sus compañeros.
-Sin embargo al bajar del monte, se encontró con una
situación muy trágica.
1.
Había
un muchacho sufriendo de los poderes del mal, convulsionando y escupiendo
espuma, tirado en el suelo.
2.
Había un afligido y angustiado padre.
3.
Estaban
los apóstoles de Jesús avergonzados y
sin saber que hacer.
4.
Estaban
los maestros de la ley y los escribas judíos, cuestionando la capacidad para
sanar de los apóstoles, y además burlándose de su incapacidad.
5.
Estaba
la gente tan absorta en la discusión entre discípulos y fariseos que no habían
visto descender a Jesús.
6.
Y por
último, estaba el demonio dentro del muchacho, que era el único en la escena
que seguía convencido del poder de Jesús.
La molestia de
Jesús era natural e inevitable. Muchas veces se había topado con gente
incrédula y crítica que no les importaba creer, sólo ver que ganaban o que
espectáculo sucedía. Sin embargo su mayor decepción fue ver cómo sus mismos
discípulos estaban envueltos en ese ambiente de incredulidad.
2.
El
padre
-De entre todo
este espectáculo salió un hombre a postrarse a sus pies. Era el padre del
muchacho endemoniado. Al ver Jesús su rostro, pudo notar que era un hombre
afligido, que había pasado mucho tiempo sufriendo al ver a su hijo en esos
ataques demoniacos. Había venido en busca de ayuda, pero en el camino se
encontró con una serie de obstáculos que debilitaron su fe, y lo hicieron
dudar. Si los analizamos, veremos que son exactamente los mismos obstáculos con
los que nos enfrentamos diariamente:
a.
Los
demonios que atacan nuestra vida. Ese muchacho no merecía sufrir ese tormento, y sin embargo le estaba
pasando. Siempre nos pasa lo mismo. Hacemos todo nuestro esfuerzo por ser
cristianos fieles, por no caer en pecado, por hacer buenas obras, por ser
puntuales y cumplidores. Y sin embargo nos llegan las pruebas más duras y más
difíciles. Entonces es cuando decimos: “¿Por qué a mi? ¿Qué hice para merecer
esto?” Y nuestra fe se viene abajo, ya que parece que a Dios no le importa
nuestra vida ni nada de lo que hagamos. Además estos demonios nos conocen bien,
y atacan nuestros puntos más débiles, se aprovechan de nuestras debilidades, y
nos hacen caer. Entonces sentimos culpa, y nos sentimos tan indignos que
decidimos mejor alejarnos de Dios y la iglesia.
b.
La
ausencia de Jesús. Como
dijimos antes, Jesús estaba con tres de sus discípulos en el monte donde de la
transfiguración. Esto fue aprovechado por Satanás para sembrar duda en el corazón
de este pobre hombre. De igual forma cuando estamos fuera de la presencia de
Dios es cuando el enemigo se aprovecha de nuestra fragilidad. Como estamos sin
luz, caemos fácil presa de sus trampas. Nos hace sentir mal, desanimarnos, deprimirnos,
y nos hace creer que estar tristes y en una constante amargura es la única
solución. Sentimos un vacío que sólo Dios puede llenar. Sin embargo el enemigo
nos hace creer lo contrario, que podemos llenar ese vacío con falsos dioses. Y
así nos hace sentir miserables por el resto de nuestras vidas.
c.
Los
fariseos y saduceos burlándose de Dios. Son esa clase de personas que no valoran el
mensaje de Dios, que no creen en la necesidad de salvación. Son personas que viven
en pecado, y siembran duda en los corazones de los creyentes con teorías
absurdas de la evolución, del humanismo, del libre albedrío. Son esas personas
que ponen en mal el nombre de Dios, quienes dicen “de que sirve ser cristiano,
si son los que viven peor.” Son quienes no creen en Dios, y se burlan de
quienes pretenden vivir una vida consagrada a Él.
d.
La
multitud que solo observa. De este tipo de personas son la mayoría con que nos topamos, son las que
nada más miran, murmuran entre sí, se compadecen de nosotros, pero no hacen
nada más. Son como los mirones que se quedan viendo los accidentes y desastres.
No ayudan en nada, solo hacen crecer nuestra pena.
e.
La
inutilidad de los discípulos. Los supuestos cristianos que hacen cosas que demuestran lo contrario. Muchos
se desilusionan por las deficiencias de los cristianos y dejan que esto influya
en su fe en Dios. Si bien es cierto que no debemos poner la mirada en los
hombres, los cristianos son reflejo de Cristo, y si lo que la gente ve en
nosotros no es bueno, a quien desestimarán será a Jesús mismo. Y esto hará
muchísimo más difícil que tengan una fe real. No es que seamos perfectos, pero
si que llevemos una vida consciente que no vivimos para nosotros sino para
Dios.
-Resultado: El
padre venía hacia Jesús con una firme fe de que Él podría ayudarle en su
necesidad. Pero luego de encontrarse en el camino con todos estos obstáculos,
su fe se derrumbó. Antes creía que Jesús era la solución, ahora no estaba
convencido de que fuera así. Todos esos obstáculos, y todo ese ambiente de duda
provocó que este hombre si acaso alcanzara a decir: “si puedes hacer algo…”
¿Quién de
nosotros no se ha sentido igual que ese pobre hombre? Venimos con todas las
ganas, llenos de emoción, a los pies de Jesús, para rendir nuestras vidas ante
Él. Nos bautizamos, y comenzamos a andar en sus caminos, muy emocionados,
creyendo que todo irá bien con Jesús. Sin embargo, empiezan a ocurrir cosas que
no nos esperábamos. Cosas terribles, dolores intensos, sufrimientos, la vida se
nos vuelve una tortura. Nos levantamos y creemos que todo será mejor, para
darnos cuenta de que es peor más bien. Y es en ese momento cuando creemos que
no hay solución, porque ya no sabemos qué más hacer. Nos frustramos, nos
deprimimos, nos llenamos de amargura, de rencor, de resentimiento, de duda. Y
entonces escuchamos nuevamente la voz de Jesús hablándonos, pero nuestra fe se
ha hecho tan pequeña, que ya no creemos posible salir de ese oscuro hueco en el
que estamos metidos.
La necesidad
inmediata: Recuperar la fe
En este punto
de la historia, ¿Cuál era la principal necesidad que vio Jesús en ese pobre
hombre? Ya no era que su hijo poseído fuera otra vez sano. Ahora, lo que este
hombre necesitaba a los ojos de Jesús era RECUPERAR SU FE.
¿Cómo hizo
Jesús que este hombre recuperara su fe? ¿Qué debemos hacer nosotros para
recuperar nuestra fe? Jesús nos da dos requisitos indispensables:
a.
Con
esta frase: “Al que cree todo le es posible”, Jesús dejó muy claro algo. El
principal requisito para que Dios actúe en nuestras vidas es que tengamos fe. Porque
“…sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca
a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” (Hebreos
11: 6) Pero si venimos ante Él con duda, no perdamos el tiempo porque así no
responderá. Una mujer tenía que ir hasta el otro lado de un cerro para llegar
al pozo de donde sacaba el agua. Después de leer este pasaje, oró diciendo:
“Dios, yo creo, así que por favor, ¡quita ese cerro!”. Cuando levantó la
mirada, y vio el cerro ahí todavía, exclamó diciendo: “¡Tal como lo esperaba!
¡Aún está allí!”.
Con esa frase que Jesús le
dijo a este hombre: “La sanidad de su muchacho depende de usted, no de mí. Yo
puedo hacerlo, ¿Cree usted que yo puedo?” ¿Cree usted hermano que Dios puede?
¿Está convencido de ello, o todavía tiene dudas? Sepa hermano que usted y yo
caminamos por la misma cuerda floja sobre ese precipicio, y tenemos exactamente
las mismas posibilidades de caer. La diferencia está en si creemos que Dios nos
hará pasar sanos y salvos al otro lado, o si dudamos de ello. ¿En qué momento
fue que comenzó a hundirse Pedro cuando caminaba sobre el agua? Cuando su fe
comenzó a flaquear. Si hubiera seguido confiando en el poder de Jesús, tengamos
por seguro que habría llegado hasta sus pies.
Usando la comparación con la semilla de mostaza,
Jesús nos enseñó que no importa que tan grande o pequeña sea nuestra fe, porque
así del tamaño que sea, puede llegar a ser enorme. Lo importante no es el
tamaño de nuestra fe, sino el objeto de ella. ¿Tenemos fe en Jesús, o tenemos
fe en el predicador, o en nuestros padres, o nuestros hijos, nuestra pareja, o
en nosotros mismos? La única fe verdadera es la que está puesta en Jesús.
b.
El segundo requisito es HUMILLARSE. Es reconocer que por nosotros mismos
no podemos hacer nada. Reconocer que no tenemos ni las fuerzas, ni el
conocimiento, ni la paciencia, ni el poder de superar esas pruebas. Es
reconocer que nada de lo que nosotros pensemos que puede ser la solución
realmente lo es. Es reconocer que nadie más puede ayudarnos a superar esos
terribles momentos, sino solo Dios. Es como dice Lamentaciones 3, sentarse y
callarse, poner la boca en el polvo, y dejar que Dios se haga cargo de todo eso
que nosotros no podemos hacer.
“Creo, ayuda mi incredulidad. “ El padre reconoció
que su fe era muy pequeña. Reconoció que sabía que Jesús podía hacer algo, pero
también reconoció que no estaba del todo convencido. Sabía que Jesús tenía
poder para realizar su milagro, pero su confianza en Él no era completa.
Todavía tenía duda en su corazón, y necesitaba que Jesús mismo le ayudara a
creer. Y cuando hubo reconocido esto, su pequeña medida de fe fue suficiente
para que Jesús hiciera su milagro. Ahora sí estaba listo para que Dios actuara.
El poder de
Jesús
-Antes de
salir, el demonio hizo un último ataque, como el ataque de un animal indefenso cuando
está acorralado. El enemigo nunca nos va a dejar así de fácil. Siempre hará un
último intento por evitar que nos escapemos de sus garras. Por eso cuando más
esfuerzo hacemos por acercarnos a Dios, más difícil se nos hace. Aparecen uno y
otro obstáculo. Pero cuando pase eso, tengamos claro que es el ataque cobarde
de un adversario que sabe que ha sido vencido.
-Finalmente,
el demonio salió. El muchacho recuperó su juicio, y regreso sano a su padre,
quien con los ojos llenos de lágrimas, y sus brazos abiertos, recibió de nuevo
su felicidad y su paz. La prueba había pasado, la calma había llegado, el sol
había salido de nuevo.
Lección extra:
el fallo de los discípulos
-Cuando hubo
todo pasado, los discípulos le preguntaron a Jesús porqué no habían podido
sacar ellos el demonio. “Y les dijo: Este género con nada puede salir,
sino con oración y ayuno.” (Marcos 9: 29). Jesús no les estaba diciendo que
antes de hacer el exorcismo debían haber hecho ayuno, ya que eso hubiera
requerido al menos un día, y la necesidad era en el momento. Tampoco era que
debían haber hecho una oración especial para sacarlo. Lo que Jesús quería
decirles era que de alguna forma ellos habían descuidado su vida espiritual,
por lo que en ese momento de prueba no estaban en condiciones de usar el poder
que Él les había dado. Muy posiblemente, como su fe no estaba firme, puede que incluso
se llenaran de orgullo al recibir a este hombre en busca de ayuda. Y recordemos
que el requisito para que Dios actúe es HUMILDAD Y FE. Como esto era lo que
menos tenían en ese momento, el fallo era inevitable.
Conclusión
-“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el
diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual
resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van
cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo.” (1 Pedro 5: 8-9)
Muchos
personajes bíblicos, por no decir todos, tuvieron dificultad en su andar con
Dios. Elías se desanimó (1 Reyes 19: 10). Jeremías sintió que su labor no tenía
fruto (Jeremías 9: 1; 13: 17). Pedro era muy impulsivo, y hablaba sin pensar
(Lucas 9: 33). De igual forma todos los hermanos que están a su alrededor
también viven momentos de dura prueba, e incluso de duda. No se sienta solo, ni
piense que nadie lo puede entender. Acérquese a sus hermanos cristianos, son la
mejor compañía en esos momentos.
Volviendo a la
historia que conté al principio sobre el malabarista, luego de que la multitud
se quedara en completo silencio, de entre ellos salió un niño que fue donde el
artista, se subió al carretillo y cruzaron juntos de un lado al otro del
precipicio. Este niño era hijo del malabarista. ¿Tiene tal fe usted en su
padre, que aún cuando atraviese un precipicio, Él evitará que caiga? ¿Cómo está
tu fe?
Niveles de fe
Un escritor
hizo una lista de los niveles de fe por los que pasa el ser humano en su
relación con Dios.
a.
Fe
por experiencia: la fe de los niños, la que proviene de los padres y demás
personas que influyen de ellos.
b.
Fe
por afiliación: la fe de niños mayores y de muchos adultos, que proviene de
afiliarse con quienes tienen fe.
c.
Fe
del que busca: del que hace preguntas, del que quiere saber en lo que cree.
d.
Fe
propia: fe personal, del que ha cultivado con fe, del que está convencido por
sí mismo.
Según dice
este hombre, la gran mayoría de las personas no pasa del nivel 2. Ahí se
estancan porque creen que no necesitan creer nada más. Y esto se debe a que no
quieren humillarse y reconocer que todavía no saben suficiente.
-Para que no nos pase eso mismo en los momentos de
prueba, Dios ha puesto en nuestras manos muchas fuentes para constantemente
estar alimentando nuestra fe. Y también son recursos que nos darán las fuerzas
para seguir luchando hasta obtener la victoria:
a. Conocimiento.
Si no sabemos qué es lo que creemos, es mucho más fácil que nos invada la duda.
Para evitar esto, estudiemos la Biblia, leámosla siempre que podamos,
escuchemos predicas, clases, estudios. Todo esto nos hará estar más convencidos
de que las promesas de Dios, todas ellas, son para nosotros. La Biblia es la
fuente de toda verdad, aprovechémosla.
b. Acción.
No basta con conocimiento. Debe hacerse algo con ese conocimiento. Debemos
servir. Aunque nuestra fe sea limitada, aunque no sepamos mucho, debemos hacer
algo con lo que ya sabemos. Es por el ejercicio que los músculos crecen.
Levántese de esa banca dura, y comience a hacer algo por poner en práctica todo
lo que ha aprendido. Comience por ejemplo haciendo algo para que esa banca ya
no sea tan dura. c. Evitar y confiar. Es nuestra tarea diaria evitar lo que destruye la fe, malas compañías, fuentes de duda del mundo, todo lo que incentive carnalidad. No descuidemos aún las cosas que parecen inofensivas. Pero no basta con limpiar el terreno, hay que cultivarlo, busque lo que le hace crecer, como congregarse, estar con gente que aliente nuestra fe, llenarnos de pensamientos buenos y positivos. Acercarnos a Dios, tener una relación intima con Él mediante la constante oración. Y permitirnos escuchar su voz.
c. Evitar y confiar. Es nuestra tarea diaria evitar lo que destruye la fe, malas compañías, fuentes de duda del mundo, todo lo que incentive carnalidad. No descuidemos aún las cosas que parecen inofensivas. Pero no basta con limpiar el terreno, hay que cultivarlo, busque lo que le hace crecer, como congregarse, estar con gente que aliente nuestra fe, llenarnos de pensamientos buenos y positivos. Acercarnos a Dios, tener una relación intima con Él mediante la constante oración. Y permitirnos escuchar su voz.
c. Evitar y confiar. Es nuestra tarea diaria evitar lo que destruye la fe, malas compañías, fuentes de duda del mundo, todo lo que incentive carnalidad. No descuidemos aún las cosas que parecen inofensivas. Pero no basta con limpiar el terreno, hay que cultivarlo, busque lo que le hace crecer, como congregarse, estar con gente que aliente nuestra fe, llenarnos de pensamientos buenos y positivos. Acercarnos a Dios, tener una relación intima con Él mediante la constante oración. Y permitirnos escuchar su voz.
Kenneth Matarrita A.
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