Por: Kenneth Matarrita
7. El
divertido
Pachangon había sido un hombre muy fiestero y divertido.
Le encantaba andar de casa en casa celebrando por cualquier motivo, aún el más
insignificante que hubiera. Era muy conocido por ello en su barrio, y fue
lamentado por muchos su enfermedad, ya que era el alma de toda fiesta a la que
asistiera.
Cuando recibió sanación, y hubo ido al sacerdote, de
inmediato regresó a su barrio, y muy a su estilo, anunció a todos su regreso.
La alegría era grande, y de inmediato armaron una gran fiesta de bienvenida. Había
comida a montones, música para danzar sin parar, y no podía faltar vino para
hacer más ameno el momento. Cuando le preguntaban como había sido sanado, no se
detenía mucho en ello, solo decía: “Dios quería que siguiera festejando por un
buen tiempo más.”
Pasadas unas semanas, y de camino a una de tantas
fiestas, Pachangón iba atravesando la ciudad. Al pasar por un vecindario, vio
una casa que desbordaba de gente, y que afuera había mucha más esperando por
entrar. Pensó: “Como es posible que halla una fiesta de la que yo no supiera.
Obvio que debo entrar.” A como pudo y
con miles de esfuerzos, se hizo camino entre la gente, y logró llegar. Pero se
dio cuenta de que no era una fiesta como todas las demás a las que estaba
acostumbrado. De hecho ni siquiera era una fiesta. Simplemente era un montón de
gente alrededor de un hombre que hablaba. Se quedó un momento a ver si no se
trataba de una broma. Pero no, todos estaban muy atentos escuchando a ese
hombre que no paraba de hablar. Volvió a ver fijamente al hombre, y pudo notar
que era quien lo había sanado. Por un momento pasó por su mente darle las
gracias, sin embargo pensó: -“Esta no es la clase de actividades en las que me
gusta estar, y la verdad esto está muy aburrido. Solo sentarse escuchar a un
hombre hablando, sin comida ni bebida ni música no tiene nada de atractivo. Si
por lo menos hubiera alguien tocando el arpa o algo por el estilo. Pero ni eso.
Este Jesús resultó ser alguien muy aburrido. Vale más que no me pidió
escucharlo para ser sanado, porque creo que me hubiera quedado dormido. Mejor
me voy, y si en algún momento lo vuelvo a encontrar sólo por ahí le daré las
gracias.”
8. El
fanático
Entusiasta antes de contraer la lepra, era reconocido por
participar en todas las actividades sociales que ocurrían. Cuando se trataba de
algún deporte era el primero en decir presente. Cuando se necesitaba de alguien
que ayudara a colaborar en alguna obra de bien social ahí estaba también.
Conocía a todos los huérfanos, a todas las viudas, a todos los pobres del pueblo.
Por eso mucha gente lamentó la terrible noticia de que su gran colaborador y
amigo ya no estaría más con ellos.
Pero por esa misma razón el día que pudo volver a su
antigua vida, Entusiasta sabía bien hacia donde se dirigía luego de haber ido
con el sacerdote. De inmediato fue al baldío más pobre de la ciudad, y apenas
lo reconocieron fue eso razón para gran alegría de todos. Lo abrazaban, lo
cargaban en hombros, y no dejaban de dar gracias a Dios porque su gran amigo
había regresado.
Así pasó un tiempo. Un día mientras compartía con algunos
de los pobres de la ciudad, estos le contaron que había un hombre que había
sanado a muchos de los enfermos entre ellos, que incluso le había devuelto la
vista a unos, y puesto a caminar a muchos cojos. Le pareció interesante, así
que preguntó su nombre, y al escuchar de quien se trataba supo que era el mismo
que lo había sanado. Sabiendo esto, se propuso encontrarlo para hablar con Él.
Definitivamente se iban a identificar ya que ambos tenían el mismo amor por los
más desvalidos.
Un día le contaron que estaba en la casa de un tal Pedro.
De inmediato se dirigió a dicha casa. Entró y pudo verlo. Lo saludó haciéndole
una seña de largo debido a la cantidad de gente. Jesùs a su vez le hizo seña
que se sentara, y siguió hablando. Al principio le pareció muy bonito lo que
Jesús estaba diciendo. Pero luego de unos minutos pensó: “Bueno pues muy bien
todo lo que dice, pero en qué momento saldrá a hacer sus milagros, a levantar
cojos y darle vista a los ciegos. Con palabras no va a ayudar al mundo.” Y
luego pasaron más y más minutos, y Jesús seguía hablando, sin esperanza de que
fuera a levantarse pronto. Entusiasta, ya aburrido, decidió levantarse y salir
del lugar. “Yo pensé que era distinto. Pensé que me lo encontraría haciendo
esos grandes milagros de los que se habla. Pero solo le gusta hablar. Puede que
sea un gran profeta y sea muy sabio en lo que dice, pero no es más que eso. No
necesito de Él para hacer lo que se que debo hacer.”
9.El
resentido
Llegamos a nuestro ultimo caso. Resentido era muy
semejante a Santurrón. Era alguien muy celoso y devoto en la Ley, y se esmeraba
en ser obediente hasta en el mínimo detalle. Pero eso no le evitó llegar a
padecer de lepra, y eso fue algo que en su exilio siempre le angustiaba, aparte
del hecho de tener que abandonar a su familia a la ventura.
Cuando hubo ido donde el sacerdote, de inmediato se
dirigió a buscar a su familia. Al llegar a su antigua casa la encontró
abandonada. Se preocupó, así que fue a las casas vecinas. En una le abrieron, y
reconociéndole le dijeron la terrible noticia de que su esposa había enfermado
y luego muerto, y que sus hijos, al quedar indefensos y sin forma de
sobrevivir, terminaron en la misma condición. Escuchar eso fue como que
hubieran tomado su corazón y lo hubieran exprimido como una naranja. Se tiró al
suelo, dando rabietas de rencor y de dolor a la vez. Se levantó, y mirando al
cielo dijo: “¿Esta es la forma que me pagas la obediencia que mantuve siempre a
tu Ley?
Luego de unos días, caminando sin rumbo y sin saber que
hacer, se topó de frente con ese hombre que le había sanado, que venía rodeado
de mucha gente. Puesto que no tenía nada mejor que hacer, pensó en camuflarse
entre la multitud y acercarse a escucharlo. Las palabras que le escuchó decir
le parecieron muy buenas, así que decidió continuar con Él. Al final del día,
cuando todas las personas se iban a sus hogares, Resentido decidió acercarse
personalmente a Jesús. Le contó que él era uno de esos nueve leprosos que había
sanado, y que se sentía muy triste porque había perdido a su familia, y que
quería seguirle pero todavía se sentía muy mal para hacerlo. Jesús le
respondió: -“Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos.” (Mt. 8:
22) ¿Como se atrevía a decir tal cosa este hombre? ¿Qué no entendía su dolor? ¿No
comprendía la grande pérdida que había sufrido? Él no merecía lo que le había
pasado, y por alguna razón extraña Dios había permitido que pasara. “Pensé que
este Jesús traería respuesta, pero veo que es un simple hablador.” Y así fue
como decidió alejarse no solo de Jesús, sino de toda su fe en ese Dios que
(según él) lo odiaba sin lugar a dudas.
Cuando no hay vuelta atrás
La principal consecuencia que tuvieron los nueve leprosos
que no regresaron a Jesús, es que se quedaron solo con esa única primera imagen
que tuvieron de Él. Le vieron como un profeta, un sanador, un hombre
misericordioso, alguien con mucho poder, pero nada más. Y siendo así, al
regresar a sus antiguas vidas, no se dieron cuenta de la gran oportunidad de
salvación que estaban dejando ir. Sus vidas hubieran tomado un rumbo distinto a
partir de ese momento, si hubieran dado a Jesús el primer lugar antes de sus
afanes, sus ocupaciones, sus preocupaciones, sus intereses, etc.
Podríamos, luego de leer estos nueve supuestos casos,
ponernos a juzgar y decir: “Si hubiera sido yo, de fijo que habría vuelto para
darle las gracias.” Sin embargo la realidad es que no somos tan distintos de
ellos. Muchas veces somos malagradecidos con Dios, porque en lugar de regresar
a Él, LE DAMOS LA PRIORIDAD A OTRAS COSAS. Solo analicemos un poco las posibles
razones de que ellos no regresaran, y pensemos si realmente nosotros si
hubiéramos regresado.
1. Es
claro que nuestra familia es de las mayores bendiciones que tenemos. Amamos a
nuestros abuelos, padres, tíos, parejas o/e hijos como esas personas que
conocemos desde chiquitos, y que a su vez nos han visto crecer y formarnos en
lo que hoy somos. Más de uno tendrá un grato recuerdo de una tía que le
regalaba dulces, o de los abuelos tan amorosos que nos regalan ropa, e incluso
hasta discuten con nuestros padres por ser duros con nosotros. Y sin ir tan
largo, tener con nosotros a nuestro padre, nuestra madre, a nuestros hermanos
es de las más grandes bendiciones en nuestra vida. Y ni que decir cuan dichosos
se sienten los padres al tener un hijo.
Sin embargo, ¿Qué pasa cuando dejamos que la familia tome
el lugar de Dios? ¿Cómo es posible? Bueno, un ejemplo muy común es cuando
recibimos alguna visita el domingo por la mañana, y decidimos no asistir al
culto para recibir dichas personas. ¿No es eso darle preferencia al hombre
antes que a Dios? En tal caso deberíamos más bien dar el ejemplo, e invitarlos
a acompañarnos, o sino pues dejarles claro que ese tiempo es exclusivo de Dios,
así que, o llegan más tarde, o van con nosotros. Hay muchos otros ejemplos que
podemos dar, como escoger justo el domingo en la mañana para ir a visitar a los
primos, o ir donde la abuela. No se trata de abandonar a la familia. Se trata
de darle a cada quien lo que merece, y así como nuestra familia merece atención
y amor, Dios merece respeto, reverencia, y que le demos el tiempo y la atención
como Dios y Señor de nuestra vida que es. Tal como dice Eclesiastés, todo tiene
su tiempo, y Dios sabrá darnos el momento para compartir con nuestros seres
queridos, e incluso de visitarlos cuando estén enfermos o necesitados. Pero
darle preferencia a ellos cuando es el tiempo de Dios, es ser malagradecido con
Él.
2. El
problema del segundo leproso no nos queda en duda. Muy claro lo deja 1 Timoteo
6: 10: “raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando
algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.” Y es que aún cuando sabemos del peligro de la
codicia, muchas veces sin darnos cuenta, dejamos que nos domine, y toma la
importancia que no debería tener. El dinero tiene por cualidad su capacidad de
nublar la vista, y hacer a las personas olvidar darle el primer lugar a Dios.
No se reduce esto simplemente al dinero en si. Se trata
de por ejemplo cuando por amor a alguna cosa material dejamos de lado ayudar a
algún hambriento, a alguien que está pasando una situación difícil económica, o
dejar de ofrendar. Y el peor de los casos, cuando por tener ya todo lo que
necesitamos, deja de importarnos la necesidad de los demás. Aún teniendo la
plena capacidad de aportar o colaborar de alguna forma, no lo hacemos, o damos
lo mínimo. Algo tan simple como la ofrenda demuestra nuestra forma de ver el
dinero, así como nuestro amor y compromiso con Dios. “Cada uno dé como propuso
en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador
alegre.” (2 Cor. 9: 7)
3.
“Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le
resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto.” (Ecl. 4: 12) De la
importancia de tener amigos, personas en quien podamos poner nuestra confianza,
y que a la vez sean para nosotros un apoyo, una ayuda, un consejo, no podemos
dudar. Son esas personas que incluso nos comprenden más que nuestra propia
familia, ya que saben identificarse mejor que ellos en nuestra situación. “…Y
amigo hay más unido que un hermano.” (Prov. 18: 24)
Sin embargo, hay algo de lo que siempre debemos tener
cuidado, y es de la clase de amistades que tenemos. Primero que nada, no
podemos depositar nuestra confianza completa en alguien que no es creyente. En
segundo lugar, aún cuando sea alguien que asista a la iglesia, no por eso
quiere decir que todo cuanto nos aconseje y diga sea la mejor opción. Eso
depende mucho de su grado de madurez y de su entrega a Dios. Además, no porque
sea alguien con quien nos llevemos muy bien, necesariamente tiene que ser
alguien que me aconseje correctamente. Ahí es donde tenemos nosotros la
responsabilidad de analizar muy bien a las personas que consideramos amigos,
ver hasta que punto podemos congeniar, y también saber decir no dado el caso. Un
buen amigo será el que nos ayude a ser mejores cristianos, y que nos ayudará en
lugar de hacernos difícil darle el primer lugar a Dios en nuestra vida. Que
nuestro mejores amigos sean los que nos motiven a asistir, a congregarnos, a
participar de las reuniones, a orar, a leer la Biblia, y no todo lo contrario,
fomentar en nosotros alejarnos de Jesús.
4. Es
una gran bendición de Dios tener un empleo. Y es que hoy en día es muy difícil
encontrar un trabajo, y mucho más difícil es encontrar uno por el cual hemos
estudiado y nos hemos preparado mucho. El tener un trabajo, cualquiera que sea,
es de verdad una gran dicha, y un privilegio de Dios.
El problema llega cuando el trabajo toma el lugar que Dios
merece, sea porque nos apasione, o simplemente por el afán de querer tener en
abundancia. Es perfectamente entendible cuando por más que hacemos el esfuerzo,
no hay forma de evitar que el trabajo obstaculice nuestra comunión con Dios.
Pero, cuando tenemos la posibilidad de escoger entre ganarnos unos colones más
y tener un tiempo para dedicarlo a Dios, o asistir a una reunión, y al final
preferimos lo segundo, es donde estamos siendo malagradecidos y a la vez
desconfiados con Dios. Si porque Él sabe perfectamente cuan necesario es el
dinero para solventar nuestras
necesidades personales. Sabe que debemos dar de comer a nuestras familias,
pagar la casa, la electricidad, la luz. Pero el dejarlo siempre en un segundo
puesto es sustituirlo a Él por lo que nos ha dado. ¿No es eso ser
malagradecido? ¿Y no es eso a la vez desconfianza de que Él conoce nuestras
necesidades, y sabrá perfectamente como proveernos de lo que ocupemos? “Mas
buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas.” (Mt. 6: 33)
5. De
una actitud religiosa no deberíamos tener que hablar, porque no debería de
pasarnos. Pero la realidad es que todos en algún momento hemos tenido esta
clase de actitud. Ser celosos, fervorosos, dedicados a la obra de Dios es como
deberíamos de ser todos. El problema está cuando congregarnos, estudiar la
Biblia, orar, ayunar, se hace por los motivos equivocados. Puede ser por
quedar bien con Dios, y así nos dé todo lo que queremos. O talvez sea por la
imagen que queremos tener ante los demás. Este fue el gran error de los
fariseos. Se consumieron tanto en la Ley como cumplimiento de obras más que
santidad personal, que cuando llegó el Mesías esperado no pudieron reconocerlo.
“Misericordia quiero, y no sacrificio...” (Mat. 9: 13)
Más allá de obras, hemos de tener el motivo correcto por el cual hagamos las
cosas. Que no sea por cumplir, por rutina o por compromiso, y mucho menos aún
por orgullo o por vanagloria, y peor aún por mero interés de ganarnos a Dios. Que
sea por amor sincero, y agradecimiento completo a Dios.
6. Que
cómodo que es quedarse a dormir tarde, luego de una semana de arduo trabajo.
Que bonito es tirarse en el sillón a ver televisión, y despreocuparse de todo
lo demás. Es de lo mejor tomar un día para simplemente no hacer nada,
simplemente vagabundear. Al final de cuentas nos lo hemos ganado. Hemos
trabajado mucho, es justo un descanso.
Pero, ¿se justifica esto un domingo primer día de la
semana, día del Señor, nuestro Salvador Jesucristo? ¿Es ser agradecido quedarse
en casa, pudiendo estar alabando y exaltando a Dios? Si en toda la semana no
dedicamos tiempo para con el Señor, ¿no sería lo justo siquiera dedicarle tres
horas a Dios el domingo? Y si entre semana o un sábado pudiendo participar en las
reuniones decidimos quedarnos a ver el partido, o simplemente dormir, no
estamos en mejor posición. Dios ve cada caso, y entiende perfectamente cuando
definitivamente el cansancio es demasiado y más bien sería obstáculo para concentrarnos
adecuadamente en la comunión con Él, y también es entendible cuando por alguna
enfermedad se nos imposibilita ir. Pero también Dios ve cuando perfectamente
podríamos hacer lo que debemos, y aún así no lo hacemos. “…y al que sabe hacer
lo bueno, y no lo hace, le es pecado.” (St. 4:17)
7. No
hay mucho que decir del sétimo caso. Sabemos muy bien que hay obras del mundo
en las que no debemos de participar, ya que son desagradables a Dios. No es que
Dios sea un aburrido, o un amargado, como hay mucha gente que piensa, sino que
Él como Dios soberano y conocedor del pasado, presente y futuro, sabe
perfectamente que son cosas que no tendrán provecho para nosotros. Y peor sería
si aún por “divertirnos” descuidamos de nuestra comunión con Dios. Los
cristianos comprometidos y que han descubierto toda la verdad oculta en la palabra
de Dios, saben que la vida cristiana es de gozo y felicidad, porque no depende
de las circunstancias externas, ni de fiestas, ni de salir con amigos, ni de
ver partidos, ni de hacer cualquier cosa que nos guste. La felicidad verdadera
está en una continua comunión con Dios, Quien nos puede dar gozo aún en medio
de momentos duros y difíciles de nuestra vida, cuando está fuera de lógica que
sea así. Y esto se debe a que sabemos que todo obra para bien a los que aman a
Dios, además de que Él mismo se hace cargo de que esas dificultades se
conviertan en una forma de hacernos madurar, crecer y aprender a vivir. Pero
todo esto es posible únicamente cuando le hemos dado el primer lugar a Dios en
nuestra vida, para que haga de esa una convicción en nosotros. Un par de
versículos corroboran esta verdad: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez
digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El
Señor está cerca. Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras
peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la
paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y
vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” (Fil. 4: 4-7) “Hermanos míos, tened por
sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de
vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que
seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.” (Sant. 1: 2-4)
8. Mucha
gente hay en el mundo que podemos decir que son personas buenas. Siempre están
viendo de que forma ayudar a los necesitados, visitar asilos de ancianos,
hospicios de huérfanos. Van por las calles dando de comer a los indigentes,
juntando de la calle a los niños abandonados.
Todo esto está muy bien. Sin embargo, muchas de ellas
desconocen que hay una necesidad en cada ser humano que es la principal y la
más importante. Y es la necesidad de una relación con Dios. Jesús lo sabía
perfectamente, y por eso a la vez que sanaba a muchos, también predicaba, y
siempre que sanaba a alguien más allá de sus dolencias, buscaba su corazón.
Porque de nada sirve ayudar a un drogadicto o un borracho dándole de comer o un
lugar donde dormir, si su necesidad afectiva no es llenada. Pronto volverá al
lugar de donde salió porque no se siente satisfecho en ese lugar. Y todo esto
porque el hombre por naturaleza está hecho para tener comunión con Dios, y no
solo eso, para que Él sea su prioridad y razón de vivir.
9. Muchas
veces pedimos y pedimos por algo en específico, y creemos que por ser fieles y
puntuales en todo lo que se refiere el servicio a Dios, nos hemos ganado que Él
nos de todo lo que queramos. Y al ver que esto no es así, miramos al cielo y
decimos: ¿Por qué Dios? ¿Qué más debo hacer? Y la realidad es que no es Dios
quien está ocupando ese primer lugar en nuestra vida, sino que somos nosotros
mismos, nuestro orgullo y ego el que usurpa el lugar de Dios.
Que nuestro compromiso a Dios no sea por mero interés,
por ganarnos una vida cómoda. Que nuestra alabanza sea en gratitud por lo que
ya tenemos. Valoremos lo que Dios nos ha dado, para que lo que cada día Dios
nos dé lo recibamos como regalo y no como deuda. Si hiciéramos un balance de
deudas y méritos, saldríamos perdiendo y por mucho. Gracias infinitas a Dios
por Jesucristo que vino a pagar nuestra deuda.
La lección de los nueve leprosos
Estos nueve leprosos que no regresaron pudieron haber
experimentado un giro de 60 grados en sus vidas. De cualquier forma podían
haber vuelto al encuentro de sus familias, de sus amigos, de sus trabajos, de
sus metas y proyectos abandonados por tan terrible desgracia. Pero hubieran
marcado una gran diferencia al verlas desde ese momento de una manera distinta.
No como el fin de alcanzar plenitud y llenura en sus vidas, sino más bien como
un medio por el cual alcanzar un fin, el cual es alabar y exaltar el nombre de
Dios. Así con su conocimiento incompleto de Jesús podrían muy bien dar un
testimonio de sanidad, pero no conocían Quien fue el que les sanó. Solo fue alguien
que vieron de lejos. Y con esa imagen que vieron de largo fue con la que se
conformaron, recibiendo lo que creían necesario, y nada más. Estarían
destinados a vivir solo de una experiencia del pasado. Sus vidas serían
simplemente ordinarias, así como la son las de tantas personas hoy en día que
viven sin el Señor.
¿Cuántas veces no hemos regresado a dar las gracias?
¿Cuántas veces, luego de recibir lo que queríamos, un hogar propio, una
familia, un trabajo, una carrera, amigos, diversión, placer, comodidad, una
falsa imagen de sentirse satisfecho y de haber hecho el bien, hemos decidido no
saber más de Jesús? ¿Cuál es la imagen que tenemos de Cristo? ¿Es la de un
sanador, de un profeta, de un ser amoroso y misericordioso, un predicador, o la
de nuestro Salvador, Quien murió y resucitó para que hoy nosotros tengamos vida
y vida en abundancia? (Juan 10: 10) No cometamos el error de “(cambiar) la
verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que
al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.” (Rom. 1: 25)
El samaritano supo reconocer que el sacerdote con el cual
debía presentarse era Jesús mismo, quien podría declararlo oficialmente como
sano. Y al actuar así, no solo recibió sanidad física, también recibió sanidad
espiritual, la más importante. Este samaritano, siendo odiado y repudiado por
los judíos, teniendo total razón para no acercarse a Jesús pudiendo pensar que
este lo iba a rechazar, fue el único que vio que era Él quien iba a llenar su
necesidad real de salvación, porque también vio que más que ser sanado de
lepra, necesitaba ser rescatado de la muerte por el pecado. Puede que hubiera
una familia, un trabajo o amigos esperándole, pero sabía que como su Salvador,
Jesús requería prioridad antes de cualquier otra cosa. Y por hacer esto, fue
plenamente recompensado, infinitamente más de lo poco que recibieron sus amigos
leprosos, que solo recibieron lo que pedían, y nada más.
Una frase que escuché de un predicador hace tiempo ya, y
que me quedó grabada en la mente para siempre, es una que dice “Dios se toma el
riesgo de bendecirnos.” Sí, porque se arriesga a que una vez que nos ha dado
todo lo que pedimos o necesitamos, nosotros nos olvidemos que fue Él quien nos
lo dio. Pero aún así lo hace, y lo sigue haciendo día con día, aún con esas
personas que ni siquiera quieren reconocer al Autor y Consumador de la vida.
Aprendamos de la lección del leproso que regresó, pero también aprendamos de
los que no regresaron. Dios les bendiga.