martes, 6 de agosto de 2013

EL ÓSCULO SANTO

Por: Kenneth Matarrita


Algo que hacemos todos los días, algo a lo que no le damos mucha importancia, y sin embargo tiene más valor de lo que pensamos, es el saludo. Si, el saludo que nos damos cada vez que nos encontramos con alguien, o cuando nos presentamos con una persona que no conocíamos. Ese acto tan simple era de mucha importancia para los primeros cristianos en su comunión diaria, pero hoy ya no tiene el mismo valor. ¿Por qué? Un tema del que muy pocas veces se habla (por no decir nunca) es el que hoy les presento: El ósculo santo.

La historia del beso

El beso se conoce en todo el mundo como una muestra de amor y afecto para con esas personas que queremos y apreciamos. Lo damos a nuestros familiares, nuestros amigos, o incluso a esa persona amada. Pero, ¿qué es ósculo? La palabra ósculo viene del latín oscŭlum y quiere decir beso con respeto y afecto.
El saludo, por medio de un beso, parece haber sido una práctica común en la iglesia primitiva, y que fue seguida por algunos siglos después del comienzo de la era cristiana. Tal costumbre es mencionada por Justino Mártir, Tertuliano, Agustín, y numerosos otros escritores antiguos de esos primeros años después de Cristo. Aquí algunas de sus citas: “Terminadas las oraciones (en el culto), nos damos el ósculo de la paz.” Justino Mártir (160 d.C.) “¿Qué oración es completa separada del beso santo? ¿Quién impide la paz en su servicio al Señor? ¿Qué clase de sacrificio es el del que se marcha sin dar el beso de paz?” Tertuliano (197 d.C.) El beso era y es todavía una costumbre común en las tierras orientales como saludo, se da a las personas en la mejilla, la frente, la barba, las manos, los pies, pero no en los labios. De acuerdo al Libro Mundial, los japoneses y los chinos por el contrario rara vez hacen esto.  En los tiempos de Jesús era costumbre besar a los huéspedes o invitados, y estos esperaban ser besados al entrar. Jesús comentó sobre su recepción a un fariseo cuando este le invitó a su casa diciéndole: “No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies” (Lucas 7: 45).

Para nosotros puede parecernos extraño, ya que la forma común de saludarse en los países occidentales no es el beso. Los hombres se dan la mano cuando se reúnen y se saludan en nuestra sociedad, pero en Palestina, en vez de hacer esto, se colocaban la mano derecha sobre el hombro izquierdo de su amigo y se le daba un beso en la mejilla derecha, y luego se invierte la acción, se coloca la mano izquierda sobre el hombro derecho, y se da un beso en la mejilla izquierda.

Sin lugar a dudas la enseñanza apostólica encontrada en la Biblia acerca del beso fue para regular una costumbre social que había sido practicada por siglos, y no instituir una enseñanza o doctrina exclusiva de la iglesia. Los primeros cristianos usaron el ósculo santo en las asambleas públicas y en otras reuniones.
Por regla general, el ósculo santo se llevó a cabo entre personas del mismo sexo. Los hombres sólo saludaban a los hombres y las mujeres  a las mujeres. En las Constituciones Apostólicas (siglo 3) así se ordena. Leslie G. Thomas dice que el "beso de amor" practicado por los antiguos era "hombres saludando a los hombres y mujeres saludando a mujeres"(Comentario de Lecciones Anuales del Maestro, 1967, pág. 65). Guy N. Woods dice en su comentario de 1 Pedro 5.14, que "de acuerdo a los historiadores de la iglesia primitiva, los abusos a los cuales la práctica conduciría ordinariamente fueron evitados al separar los géneros cuando la iglesia se reunía para la adoración, un arreglo heredado de la sinagoga"(Comentario sobre las Epístolas del Nuevo Testamento, Volumen VII, pág. 136), lo cual según otros escritores fueron los apóstoles los que lo llevaron a cabo en la iglesia. McGarvey Pendleton dice que el beso "muy pronto llegó a ser una práctica entre los judíos, de donde pasó a la iglesia apostólica. Aún se conserva en la Iglesia Griega, en donde los hombres saludan a los hombres, y las mujeres a las mujeres" (Comentario sobre Romanos, pág. 548).

En la Biblia

La Biblia menciona el ósculo santo cinco veces: “Saludaos los unos a los otros con ósculo santo. Os saludan todas las iglesias de Cristo.” Romanos 16.16; también en 1 Corintios 16.20, 2 Corintios 13.12, 1 Tesalonicenses 5.26, 1 Pedro 5.14.
En el Antiguo Testamento, el uso de la palabra naschaq, “besar”,  era utilizado en referencia de:
1. Los familiares (que parece ser el origen de la práctica de besar): “¡Oh, si tú fueras como un hermano mío que mamó los pechos de mi madre! Entonces, hallándote fuera, te besaría, y no me menospreciarían” (Cantares 8:1); también se encuentra en Génesis 27:26, 27 (Isaac y Jacob), Génesis 29:11 (Jacob y Raquel), Génesis 33:4 (Esaú y Jacob), 2 Samuel 14:33 (David y Absalón), 1 Reyes 19:20 (Eliseo y sus padres), entre otros.
2. Amistad y afecto: “…y besándose el uno al otro, lloraron el uno con el otro; y David lloró más” (1 Samuel 20:41, entre David y Jonatán); también en 2 Samuel 15:5 (Absalón y a los que acudían a él), 2 Samuel 20:9 (Joab y Amasa).
3. Amor: en Cantar de los Cantares 1:2, “¡Oh, si él me besara con besos de su boca!“; en Proverbios 7:13 (del amor fingido de la “mujer extraña”).
4. Prácticas idólatras: en 1 Reyes 19:18 “Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron”.
En el Nuevo Testamento se utiliza la palabra (phileo), “besar”, “ser amable”, y la palabra kataphileo, “besar a fondo”, “a ser muy amable”. La primera (phileo) está en Mateo 26:48, Marcos 14:44; Lucas 22:47 que aparece en el beso con que Judas traicionó a su Maestro, como una expresión de una relación especial. La misma palabra se usa de la mujer que besó los pies de Cristo (Lucas 7: 38, 45), del saludo del padre al hijo pródigo que regresa (Lucas 15:20), y de la despedida de Pablo de los cristianos de Éfeso (Hechos 20:37).
También encontramos la palabra philema, “un beso”, “un signo de amistad“, es utilizado por nuestro Señor como el que Simón omitió darle (con referencia a la hospitalidad), pero que la mujer había dado tan impresionantemente (Lucas 7: 45). También en el registro Bíblico encontramos que el besar la mano aparenta ser una señal falsa, (Job 31:27) y besos entre varones y mujeres están limitados solamente a los amantes y/o esposos (Cantar de los Cantares 1:2). El beso innecesario y promiscuo entre los hombres y las mujeres ni siquiera se menciona en la enseñanza del Nuevo Testamento (1 Corintios 7.1). Por otro lado, Hechos 20.36 es un buen ejemplo de un tiempo apropiado, cuando amigos íntimos se despiden y no se volverán a mirar en la tierra (Pablo y los ancianos de Éfeso).

Ósculo santo

Ahora bien, el ósculo santo tal como se menciona en la Biblia no era algo romántico ni debía ser llamativo a la carne; más bien era un símbolo de la unidad, pureza, amor y sinceridad que existía entre la hermandad cristiana. No es como hoy en día que se ha denigrado y corrompido tanto. Puesto que se debía guardar en santidad, esta ordenanza no era para practicarla con todo el mundo. “Saludad a todos los hermanos con ósculo santo” (1 Tesalonicenses 5.26). De hecho se dice que los miembros de la congregación esperaban hasta que los visitantes y los no conversos no estuvieran para así saludarse con el ósculo santo. Así pues, este beso muestra la relación sagrada que tenían como hermanos en Cristo y la unión tan estrecha que existía. No puede haber “ósculo santo” ni “ósculo de amor” donde los que practican este saludo no andan en la justicia y la verdadera santidad, y donde los que se congregan no se aman “unos a otros entrañablemente, de corazón puro” (1 Pedro 1.22), esto quiere decir que aún entre los mismos hermanos, quienes sinceramente no tenían ganas de hacerlo, no estaban obligados, ya que no era ni un mandato ni un requisito. Era algo que nacía de un corazón lleno de amor hacia los hermanos.


En la actualidad

Como sabemos, ya el ósculo santo como tal no se práctica. No conocemos las razones exactas por las que desapareció. Podría ser debido a la malicia que los no conversos pudieron haber infiltrado. Pudo también deberse a que las congregaciones cada vez se hicieron más grandes, y con ello resultaba más difícil conocer más personalmente a  los demás miembros de la congregación, y con ello establecer vínculos reales de amor y afecto fraternal.
Si hoy tratáramos de volver a establecer esta práctica en la iglesia, sería muy difícil, esto por varias razones que veremos a continuación:
1.       La malicia ha echado a perder muchas cosas hermosas creadas por Dios, y este tipo de muestra de afecto fraternal es una de ellas, ya que aún cuando dentro de la congregación no debería de existir tal clase de pensamiento, lamentablemente si la hay. Por poner un ejemplo, dentro de la hermandad el hecho de que dos hermanos de nivel económico opuesto, o también que una mujer y un hombre tengan una fuerte amistad es malinterpretado, al punto de que muchos piensan que debe de existir un interés mayor de parte de alguno de ellos. Tristemente así el enemigo ha minado las relaciones personales, e infiltrado en la mente de muchas personas, e incluso miembros de la iglesia, tal idea. Pero los cristianos fieles y verdaderos deben de tener una mente santa, y no dar cabida a lo que el mundo pretende hacernos creer. No debe haber ninguna clase de impedimento para mostrar a nuestros amados hermanos el afecto que nos tenemos. Mientras se mantenga el respeto a la persona que lo recibe, así como la situación en la que se encuentre, sea que se trate de una persona casada o una joven o un joven menor de edad, o cualquier otra situación de más cuidado, más que todo por la opinión que puedan tener los familiares, no existe excusa alguna para que la malicia nos haga dejar de amarnos fraternalmente.
2.       Pero también hoy en día existe un mal todavía más común en la iglesia. Se trata de, por el contrario no tener el deseo de saludar afectuosamente, o hacerlo simplemente por compromiso, o porque nos encontramos con la persona de frente y no hubo forma de evitarle, o porque somos de esos que más bien se quedan esperando a que les busquen. Existen muchos que ponen excusas como: “no tiene importancia, “prefiero no ser hipócrita”; “no está de moda”; “me da vergüenza”, “es que esa persona se ve muy seria”, “no hace falta”, etc. Sin embargo, teniendo en cuenta los siguientes pasajes bíblicos: “Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros.” (Rom. 12: 10), “Permanezca el amor fraternal.” (Heb. 13: 1), “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro…” (1 Ped. 1: 22), “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (Juan 13: 35), entre otros muchos versículos relacionados con el tema, ¿acaso podemos justificarnos? Por supuesto que no. ¿No es cierto que cuando existe un amor ferviente y un espíritu de fraternidad desaparecen todas estas excusas? ¡Claro que sí! La iglesia bíblica requiere que “todos los hermanos” se amen entrañablemente, y no tengan impedimento alguno de hacerlo, y de la forma que en su corazón lleno del amor puro y santo de nuestro Dios desee demostrarlo.
3.       El amor fraternal tiene un principal enemigo, y se trata del orgullo. El mismo orgullo que nos hace menospreciar a algún hermano por su posición social, por su nivel de espiritualidad, o porque sea o no del grupo de mis amigos. Talvez sabemos del pasado que tuvieron algunos hermanos, y en lugar de olvidar así como Dios olvida, continuamente estamos echándoselos en cara directa o indirectamente, al menospreciarles o criticarles a las espaldas. Recordemos que Dios no discrimina a nadie, “porque no hay acepción de personas para con Dios.” (Rom. 2:11) ¿Qué derecho tenemos nosotros de escoger a quien mostrar afecto y a quien no? ¿Acaso eso hizo Jesús mientras estuvo en la tierra? ¿Acaso escogió por quien morir y por quien no? No, sino que murió por todos, ya que a todos nos ama por igual. Y mientras se trate de una persona que ya ha dejado atrás este estilo de vida pecaminoso y haya entregado su vida por completo al Señor, el pasado ya es historia. Al final de cuentas, todos, sin excepción, tuvimos una vida antes de Cristo de la cual nos avergonzamos y no deseamos recordar. Así que como Jesús dijo: “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos.” (Luc. 6: 31)
4.       Una forma en que el orgullo ha minado el amor entre los hermanos es en disputas o desacuerdos. Si me enojo con mi hermano, no lo saludo más, o simplemente no lo vuelvo ni a ver. Debemos imitar el ejemplo de Jesús, quien aún estando en la cruz desangrándose, volvió a ver a quienes lo mataban, y dijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.” El saludo amoroso, santo y tierno, demuestra que estamos en paz con todos los demás hermanos y con nosotros mismos y así nuestra conciencia está tranquila para adorar al Señor, ya que “…si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.” (Mat. 5: 23-24).

Cultivando el amor fraternal

Dentro de nuestra familia el beso es una expresión del amor que cada uno de los que la componen sienten el uno para con el otro. En la familia cristiana el beso o el saludo sea la forma que se haga, también debe de ser la expresión de amor que cada uno siente para con el otro, considerando a cada hermano como eso, un hermano, ya que somos hijos del mismo Padre. Debemos con nuestras vidas imitar el amor incondicional mostrado en una cruz, y más que hablar de él, hemos de demostrarlo.
Toda persona tiene necesidades materiales, y una forma de demostrar nuestro aprecio es a través de esa ayuda que podemos brindarle. Sin embargo, hay una necesidad fundamental que va más allá de la necesidad económica y material en cada ser humano, y es la de amar y ser amado. Fuimos hechos para vivir en sociedad, vivir en amor. Esto se evidencia claramente en la conducta cuando adultos de esos niños que crecieron sin el afecto y la crianza de un padre o una madre. Puede decirse que la gran mayoría de los que hoy son asaltantes, homicidas y delincuentes, tuvieron una infancia con carencia de amor. Esto demuestra cuán importante es el cariño y el afecto tanto dentro de la familia, como entre los demás círculos sociales en los que nos desarrollamos, y esto claramente incluye la iglesia.
Todas las personas son distintas, y todas tienen distintas formas de demostrar su amor. Hay quienes les gusta abrazar y besar sin malicia alguna. Hay otros que no acostumbran esto, pero en cambio pasan pendientes y preocupados por los demás. Hay quienes su forma de expresar amor es mediante regalos o detalles. Hay quienes su forma de expresar afecto es con una llamada o un mensaje de texto, etc. Pero sea como sea todos tienen su forma de manifestar cariño. Y hemos también de ayudar a esas personas tímidas a incluirse en el círculo de amor de Cristo, y así a la vez puedan tanto dar como recibir amor.
No debemos temer que ese hermano al que nos acercamos vaya a rechazarnos o molestarse. ¿A quién no le gusta recibir cariño? Es cuestión de conocer a cada uno y la forma como se le ha de demostrar el amor en Cristo. Mientras tanto podemos empezar con un apretón de manos y una palmada suave en la espalda, ¿Tiene algo de difícil? Pero lo más importante de todo es que este sentimiento no sea solo por uno o dos hermanos, sino por todos, y que cada uno tenga este mismo sentir para con todos los demás.
El saludo no se debe de negar a ninguno de nuestros hermanos aunque sea pobre. Tampoco el hecho de que sea joven o viejo, que tenga tiempo en la iglesia o sea recién convertido. El amor de Cristo no se mide por la ropa ni por la posición económica, ni mucho menos por la responsabilidad que se ejerza en la iglesia. Jesús dijo: “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.” (Mat. 25: 41-43) Podemos incluir también que “esperé que me saludaras, y no lo hiciste”.
Uno de los ejemplos más conmovedores en las escrituras es el que ya mencionamos acerca de los hermanos de Mileto, cuando Pablo se despide de ellos (Hechos 20.36). Tenemos aquí una conmovedora escena de amor cristiano verdadero, un ejemplo de amor, unidad, fraternidad, compañerismo, dolor en el corazón por la ausencia de su hermano y lágrimas por su partida. He aquí un ejemplo que se puede volver a retomar y llevarlo a la práctica. Dejemos de lado la hipocresía y comencemos a amarnos entrañablemente y de todo corazón.
Le invito hermano, luego de haber hecho esta lectura, que se proponga el próximo día de reunión a que se acerque a saludar afectuosamente al menos a 3 personas a las que normalmente no lo hace. Ojalá sean incluso personas que poco conozca o que ni siquiera les haya hablado antes. No espere a que nadie se lo diga. Hágalo de su propia iniciativa. Verá que se sentirá muy bien haciéndolo, y más importante que eso, hará sentir a esa otra persona muy bien, y a la vez se motivará a hacerlo con alguien más. Y con el tiempo, trate de que se le haga una costumbre, la idea es que algún día se le acaben las personas a las que no salude con un ósculo santo.
“Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.” (Col. 3: 14)

sábado, 3 de agosto de 2013

¿CUAL ES LA NORMA?

Por: Jorge Cambronero


Queridos lectores y hermanos en Cristo. Vivimos en un mundo que está regido por normas o por reglas. Hay normas como las de marcar una tarjeta para entrar y salir de los trabajos. También hay normas en hospitales, en los bancos, casi que en todo. De hecho también en el comienzo de la historia humana Dios dio normas a Adán y a Eva, en Gén. 2: 16, 17 las encontramos.

“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comeréis; porque el día que de él comiéreis, ciertamente moriras.”
Y es claro que cuando existen reglas hay que cumplirlas porque sino estaríamos cometiendo una falta grave por la cual podríamos perder el trabajo o recibir un castigo. Y ahora para todos aquellos que creen que pueden ser aceptados por Dios sin Jesús, necesitan enfrentarse a algunas preguntas cruciales. Si creen que pueden llegar al cielo alcanzando cierto grado de rectitud, entonces, ¿Cuál es la norma por la cual deben vivir? ¿Qué es lo que Dios requerirá de ellos?

Muchos dicen: “Yo siento que soy una persona básicamente justa y buena, y estoy dispuesta a presentarme delante de Dios por mi propio mérito.” Pero estas personas fallan al no considerar que las normas de Dios son diferentes a las nuestras. Jesús nos mostró el requisito de Dios para aquellos que luchan por el cielo según sus propias fuerzas, cuando dijo, en Mateo 5: 48: “Sed pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” La norma para la persona que desea ser justa delante de Dios es nada menos que perfección absolutamente, no sólo esforzarse o ser sincero, sino guardar irreprochablemente todas las cosas que Dios ordenó al hombre y a la mujer, es decir, a todos sobre la tierra. Claro aquellos que creen que pueden ganar la vida eterna con sus buenas obras, tienen una comprensión errónea de la santidad de Dios y de lo que significa ser justo delante de Él.

Si vamos a establecer una norma de conducta justa, debemos usar la que fue establecida por Jesucristo. Jesús es la única persona cuya vida movió a Dios a decir “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.” (Mat. 3: 17). Aunque en la Palabra de Dios hay personajes como Moisés, José, Juan el Bautista, Pedro, etc. Dios dijo que Jesús lo era todo, en Él radicaba el amor, la misericordia, la justicia, la humildad, en fin. Él era todo para Dios. Y para disfrutar de la comunión con Dios debemos ser justos como Jesús. La vida de Jesús es la única norma de justicia. Si quiero ser aceptado por Dios, tengo que ser tan justo como Jesucristo. Las Escrituras nos muestran que hay una sola clase de justicia que Dios aceptará: la justicia de Cristo. Así que, deseamos presentarnos delante de Dios basándonos en nuestras buenas obras, debemos entonces vivir una vida que alcance la medida de la bondad que vemos en Jesús.
Pero todos nosotros sabemos que esto es imposible. Nosotros no podemos alcanzar esta clase de justicia. Jesús mismo nos dijo en Mateo 5: 28: “Pero yo os digo, que cualquiera que mire a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.” También dijo: “Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio.” (Mat. 5: 22). Además dijo “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen, y orar por los que os calumnian. Al que te hiera en una mejilla, presentale también la otra; y al que te quite la capa, ni aún la túnica le niegues. A cualquiera que te pida dale, y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva.” (Luc. 6: 27-30). Y también nos ordenó: “Amad pues a vuestros enemigos, y haced el bien, y prestad, no esperando de ello nada…” (Luc. 6: 35).

¿Cómo puede alguien ser así de justo? Al menos yo se que no puedo ser así. Yo fallo. Y yo creo ciegamente que todos los seres humanos fallamos, sin excepción. Pero, ¿significa esto entonces que debemos permanecer por siempre apartados de Dios? ¿O es que no existe una manera en que pueda disfrutar de una comunión con Dios?¿Tenemos que seguir en este vacío, en esta frustración, buscando y tratando de alcanzar algo que jamás podremos obtener?

Si tenemos alguna esperanza de ser perdonados por Dios, tiene que haber otro fundamento que el de nuestra propia justicia. Pablo dice: “Ya que por las obras de la ley ningún ser human o será justificado delante de Él.” (Rom. 3: 20) Las reglas que Dios ha establecido son demasiado estrictas para alcanzar justificación, no podemos sujetarnos a ellas. Nuestra única esperanza ha sido provista en otra forma de justicia. Gracias a Dios que ese principio existe, y se llama gracia. Rom 5: 1, 2: “Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Porque por gracia sois salvos, no por obras…” Ya lo había dicho antes. Nuestra justicia ahora y por la eternidad es el resultado de nuestra fe en el Hijo de Dios, Jesús. Y si quieren saber más de este asunto, seguiremos en la siguiente revista hablando del tema, que está totalmente basado en el libro de Romanos.

El Señor los guarde siempre. Amén.

¿Y LOS NUEVE? PARTE II

Por: Kenneth Matarrita

7. El divertido

Pachangon había sido un hombre muy fiestero y divertido. Le encantaba andar de casa en casa celebrando por cualquier motivo, aún el más insignificante que hubiera. Era muy conocido por ello en su barrio, y fue lamentado por muchos su enfermedad, ya que era el alma de toda fiesta a la que asistiera.
Cuando recibió sanación, y hubo ido al sacerdote, de inmediato regresó a su barrio, y muy a su estilo, anunció a todos su regreso. La alegría era grande, y de inmediato armaron una gran fiesta de bienvenida. Había comida a montones, música para danzar sin parar, y no podía faltar vino para hacer más ameno el momento. Cuando le preguntaban como había sido sanado, no se detenía mucho en ello, solo decía: “Dios quería que siguiera festejando por un buen tiempo más.”
Pasadas unas semanas, y de camino a una de tantas fiestas, Pachangón iba atravesando la ciudad. Al pasar por un vecindario, vio una casa que desbordaba de gente, y que afuera había mucha más esperando por entrar. Pensó: “Como es posible que halla una fiesta de la que yo no supiera. Obvio que debo entrar.”  A como pudo y con miles de esfuerzos, se hizo camino entre la gente, y logró llegar. Pero se dio cuenta de que no era una fiesta como todas las demás a las que estaba acostumbrado. De hecho ni siquiera era una fiesta. Simplemente era un montón de gente alrededor de un hombre que hablaba. Se quedó un momento a ver si no se trataba de una broma. Pero no, todos estaban muy atentos escuchando a ese hombre que no paraba de hablar. Volvió a ver fijamente al hombre, y pudo notar que era quien lo había sanado. Por un momento pasó por su mente darle las gracias, sin embargo pensó: -“Esta no es la clase de actividades en las que me gusta estar, y la verdad esto está muy aburrido. Solo sentarse escuchar a un hombre hablando, sin comida ni bebida ni música no tiene nada de atractivo. Si por lo menos hubiera alguien tocando el arpa o algo por el estilo. Pero ni eso. Este Jesús resultó ser alguien muy aburrido. Vale más que no me pidió escucharlo para ser sanado, porque creo que me hubiera quedado dormido. Mejor me voy, y si en algún momento lo vuelvo a encontrar sólo por ahí le daré las gracias.”

8.  El fanático

Entusiasta antes de contraer la lepra, era reconocido por participar en todas las actividades sociales que ocurrían. Cuando se trataba de algún deporte era el primero en decir presente. Cuando se necesitaba de alguien que ayudara a colaborar en alguna obra de bien social ahí estaba también. Conocía a todos los huérfanos, a todas las viudas, a todos los pobres del pueblo. Por eso mucha gente lamentó la terrible noticia de que su gran colaborador y amigo ya no estaría más con ellos.
Pero por esa misma razón el día que pudo volver a su antigua vida, Entusiasta sabía bien hacia donde se dirigía luego de haber ido con el sacerdote. De inmediato fue al baldío más pobre de la ciudad, y apenas lo reconocieron fue eso razón para gran alegría de todos. Lo abrazaban, lo cargaban en hombros, y no dejaban de dar gracias a Dios porque su gran amigo había regresado.
Así pasó un tiempo. Un día mientras compartía con algunos de los pobres de la ciudad, estos le contaron que había un hombre que había sanado a muchos de los enfermos entre ellos, que incluso le había devuelto la vista a unos, y puesto a caminar a muchos cojos. Le pareció interesante, así que preguntó su nombre, y al escuchar de quien se trataba supo que era el mismo que lo había sanado. Sabiendo esto, se propuso encontrarlo para hablar con Él. Definitivamente se iban a identificar ya que ambos tenían el mismo amor por los más desvalidos.
Un día le contaron que estaba en la casa de un tal Pedro. De inmediato se dirigió a dicha casa. Entró y pudo verlo. Lo saludó haciéndole una seña de largo debido a la cantidad de gente. Jesùs a su vez le hizo seña que se sentara, y siguió hablando. Al principio le pareció muy bonito lo que Jesús estaba diciendo. Pero luego de unos minutos pensó: “Bueno pues muy bien todo lo que dice, pero en qué momento saldrá a hacer sus milagros, a levantar cojos y darle vista a los ciegos. Con palabras no va a ayudar al mundo.” Y luego pasaron más y más minutos, y Jesús seguía hablando, sin esperanza de que fuera a levantarse pronto. Entusiasta, ya aburrido, decidió levantarse y salir del lugar. “Yo pensé que era distinto. Pensé que me lo encontraría haciendo esos grandes milagros de los que se habla. Pero solo le gusta hablar. Puede que sea un gran profeta y sea muy sabio en lo que dice, pero no es más que eso. No necesito de Él para hacer lo que se que debo hacer.”

9.El resentido

Llegamos a nuestro ultimo caso. Resentido era muy semejante a Santurrón. Era alguien muy celoso y devoto en la Ley, y se esmeraba en ser obediente hasta en el mínimo detalle. Pero eso no le evitó llegar a padecer de lepra, y eso fue algo que en su exilio siempre le angustiaba, aparte del hecho de tener que abandonar a su familia a la ventura.
Cuando hubo ido donde el sacerdote, de inmediato se dirigió a buscar a su familia. Al llegar a su antigua casa la encontró abandonada. Se preocupó, así que fue a las casas vecinas. En una le abrieron, y reconociéndole le dijeron la terrible noticia de que su esposa había enfermado y luego muerto, y que sus hijos, al quedar indefensos y sin forma de sobrevivir, terminaron en la misma condición. Escuchar eso fue como que hubieran tomado su corazón y lo hubieran exprimido como una naranja. Se tiró al suelo, dando rabietas de rencor y de dolor a la vez. Se levantó, y mirando al cielo dijo: “¿Esta es la forma que me pagas la obediencia que mantuve siempre a tu Ley?
Luego de unos días, caminando sin rumbo y sin saber que hacer, se topó de frente con ese hombre que le había sanado, que venía rodeado de mucha gente. Puesto que no tenía nada mejor que hacer, pensó en camuflarse entre la multitud y acercarse a escucharlo. Las palabras que le escuchó decir le parecieron muy buenas, así que decidió continuar con Él. Al final del día, cuando todas las personas se iban a sus hogares, Resentido decidió acercarse personalmente a Jesús. Le contó que él era uno de esos nueve leprosos que había sanado, y que se sentía muy triste porque había perdido a su familia, y que quería seguirle pero todavía se sentía muy mal para hacerlo. Jesús le respondió: -“Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos.” (Mt. 8: 22) ¿Como se atrevía a decir tal cosa este hombre? ¿Qué no entendía su dolor? ¿No comprendía la grande pérdida que había sufrido? Él no merecía lo que le había pasado, y por alguna razón extraña Dios había permitido que pasara. “Pensé que este Jesús traería respuesta, pero veo que es un simple hablador.” Y así fue como decidió alejarse no solo de Jesús, sino de toda su fe en ese Dios que (según él) lo odiaba sin lugar a dudas.

Cuando no hay vuelta atrás

La principal consecuencia que tuvieron los nueve leprosos que no regresaron a Jesús, es que se quedaron solo con esa única primera imagen que tuvieron de Él. Le vieron como un profeta, un sanador, un hombre misericordioso, alguien con mucho poder, pero nada más. Y siendo así, al regresar a sus antiguas vidas, no se dieron cuenta de la gran oportunidad de salvación que estaban dejando ir. Sus vidas hubieran tomado un rumbo distinto a partir de ese momento, si hubieran dado a Jesús el primer lugar antes de sus afanes, sus ocupaciones, sus preocupaciones, sus intereses, etc.
Podríamos, luego de leer estos nueve supuestos casos, ponernos a juzgar y decir: “Si hubiera sido yo, de fijo que habría vuelto para darle las gracias.” Sin embargo la realidad es que no somos tan distintos de ellos. Muchas veces somos malagradecidos con Dios, porque en lugar de regresar a Él, LE DAMOS LA PRIORIDAD A OTRAS COSAS. Solo analicemos un poco las posibles razones de que ellos no regresaran, y pensemos si realmente nosotros si hubiéramos regresado.

1.       Es claro que nuestra familia es de las mayores bendiciones que tenemos. Amamos a nuestros abuelos, padres, tíos, parejas o/e hijos como esas personas que conocemos desde chiquitos, y que a su vez nos han visto crecer y formarnos en lo que hoy somos. Más de uno tendrá un grato recuerdo de una tía que le regalaba dulces, o de los abuelos tan amorosos que nos regalan ropa, e incluso hasta discuten con nuestros padres por ser duros con nosotros. Y sin ir tan largo, tener con nosotros a nuestro padre, nuestra madre, a nuestros hermanos es de las más grandes bendiciones en nuestra vida. Y ni que decir cuan dichosos se sienten los padres al tener un hijo.
Sin embargo, ¿Qué pasa cuando dejamos que la familia tome el lugar de Dios? ¿Cómo es posible? Bueno, un ejemplo muy común es cuando recibimos alguna visita el domingo por la mañana, y decidimos no asistir al culto para recibir dichas personas. ¿No es eso darle preferencia al hombre antes que a Dios? En tal caso deberíamos más bien dar el ejemplo, e invitarlos a acompañarnos, o sino pues dejarles claro que ese tiempo es exclusivo de Dios, así que, o llegan más tarde, o van con nosotros. Hay muchos otros ejemplos que podemos dar, como escoger justo el domingo en la mañana para ir a visitar a los primos, o ir donde la abuela. No se trata de abandonar a la familia. Se trata de darle a cada quien lo que merece, y así como nuestra familia merece atención y amor, Dios merece respeto, reverencia, y que le demos el tiempo y la atención como Dios y Señor de nuestra vida que es. Tal como dice Eclesiastés, todo tiene su tiempo, y Dios sabrá darnos el momento para compartir con nuestros seres queridos, e incluso de visitarlos cuando estén enfermos o necesitados. Pero darle preferencia a ellos cuando es el tiempo de Dios, es ser malagradecido con Él.

2.       El problema del segundo leproso no nos queda en duda. Muy claro lo deja 1 Timoteo 6: 10: “raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.”  Y es que aún cuando sabemos del peligro de la codicia, muchas veces sin darnos cuenta, dejamos que nos domine, y toma la importancia que no debería tener. El dinero tiene por cualidad su capacidad de nublar la vista, y hacer a las personas olvidar darle el primer lugar a Dios.
No se reduce esto simplemente al dinero en si. Se trata de por ejemplo cuando por amor a alguna cosa material dejamos de lado ayudar a algún hambriento, a alguien que está pasando una situación difícil económica, o dejar de ofrendar. Y el peor de los casos, cuando por tener ya todo lo que necesitamos, deja de importarnos la necesidad de los demás. Aún teniendo la plena capacidad de aportar o colaborar de alguna forma, no lo hacemos, o damos lo mínimo. Algo tan simple como la ofrenda demuestra nuestra forma de ver el dinero, así como nuestro amor y compromiso con Dios. “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.” (2 Cor. 9: 7)

3.      “Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto.” (Ecl. 4: 12) De la importancia de tener amigos, personas en quien podamos poner nuestra confianza, y que a la vez sean para nosotros un apoyo, una ayuda, un consejo, no podemos dudar. Son esas personas que incluso nos comprenden más que nuestra propia familia, ya que saben identificarse mejor que ellos en nuestra situación. “…Y amigo hay más unido que un hermano.” (Prov. 18: 24)
Sin embargo, hay algo de lo que siempre debemos tener cuidado, y es de la clase de amistades que tenemos. Primero que nada, no podemos depositar nuestra confianza completa en alguien que no es creyente. En segundo lugar, aún cuando sea alguien que asista a la iglesia, no por eso quiere decir que todo cuanto nos aconseje y diga sea la mejor opción. Eso depende mucho de su grado de madurez y de su entrega a Dios. Además, no porque sea alguien con quien nos llevemos muy bien, necesariamente tiene que ser alguien que me aconseje correctamente. Ahí es donde tenemos nosotros la responsabilidad de analizar muy bien a las personas que consideramos amigos, ver hasta que punto podemos congeniar, y también saber decir no dado el caso. Un buen amigo será el que nos ayude a ser mejores cristianos, y que nos ayudará en lugar de hacernos difícil darle el primer lugar a Dios en nuestra vida. Que nuestro mejores amigos sean los que nos motiven a asistir, a congregarnos, a participar de las reuniones, a orar, a leer la Biblia, y no todo lo contrario, fomentar en nosotros alejarnos de Jesús.

4.       Es una gran bendición de Dios tener un empleo. Y es que hoy en día es muy difícil encontrar un trabajo, y mucho más difícil es encontrar uno por el cual hemos estudiado y nos hemos preparado mucho. El tener un trabajo, cualquiera que sea, es de verdad una gran dicha, y un privilegio de Dios.
El problema llega cuando el trabajo toma el lugar que Dios merece, sea porque nos apasione, o simplemente por el afán de querer tener en abundancia. Es perfectamente entendible cuando por más que hacemos el esfuerzo, no hay forma de evitar que el trabajo obstaculice nuestra comunión con Dios. Pero, cuando tenemos la posibilidad de escoger entre ganarnos unos colones más y tener un tiempo para dedicarlo a Dios, o asistir a una reunión, y al final preferimos lo segundo, es donde estamos siendo malagradecidos y a la vez desconfiados con Dios. Si porque Él sabe perfectamente cuan necesario es el dinero para solventar  nuestras necesidades personales. Sabe que debemos dar de comer a nuestras familias, pagar la casa, la electricidad, la luz. Pero el dejarlo siempre en un segundo puesto es sustituirlo a Él por lo que nos ha dado. ¿No es eso ser malagradecido? ¿Y no es eso a la vez desconfianza de que Él conoce nuestras necesidades, y sabrá perfectamente como proveernos de lo que ocupemos? “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mt. 6: 33)

5.       De una actitud religiosa no deberíamos tener que hablar, porque no debería de pasarnos. Pero la realidad es que todos en algún momento hemos tenido esta clase de actitud. Ser celosos, fervorosos, dedicados a la obra de Dios es como deberíamos de ser todos. El problema está cuando congregarnos, estudiar la Biblia, orar, ayunar, se hace por los motivos equivocados. Puede ser por quedar bien con Dios, y así nos dé todo lo que queremos. O talvez sea por la imagen que queremos tener ante los demás. Este fue el gran error de los fariseos. Se consumieron tanto en la Ley como cumplimiento de obras más que santidad personal, que cuando llegó el Mesías esperado no pudieron reconocerlo.
“Misericordia quiero, y no sacrificio...” (Mat. 9: 13) Más allá de obras, hemos de tener el motivo correcto por el cual hagamos las cosas. Que no sea por cumplir, por rutina o por compromiso, y mucho menos aún por orgullo o por vanagloria, y peor aún por mero interés de ganarnos a Dios. Que sea por amor sincero, y agradecimiento completo a Dios.

6.       Que cómodo que es quedarse a dormir tarde, luego de una semana de arduo trabajo. Que bonito es tirarse en el sillón a ver televisión, y despreocuparse de todo lo demás. Es de lo mejor tomar un día para simplemente no hacer nada, simplemente vagabundear. Al final de cuentas nos lo hemos ganado. Hemos trabajado mucho, es justo un descanso.
Pero, ¿se justifica esto un domingo primer día de la semana, día del Señor, nuestro Salvador Jesucristo? ¿Es ser agradecido quedarse en casa, pudiendo estar alabando y exaltando a Dios? Si en toda la semana no dedicamos tiempo para con el Señor, ¿no sería lo justo siquiera dedicarle tres horas a Dios el domingo? Y si entre semana o un sábado pudiendo participar en las reuniones decidimos quedarnos a ver el partido, o simplemente dormir, no estamos en mejor posición. Dios ve cada caso, y entiende perfectamente cuando definitivamente el cansancio es demasiado y más bien sería obstáculo para concentrarnos adecuadamente en la comunión con Él, y también es entendible cuando por alguna enfermedad se nos imposibilita ir. Pero también Dios ve cuando perfectamente podríamos hacer lo que debemos, y aún así no lo hacemos. “…y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.” (St. 4:17)

7.       No hay mucho que decir del sétimo caso. Sabemos muy bien que hay obras del mundo en las que no debemos de participar, ya que son desagradables a Dios. No es que Dios sea un aburrido, o un amargado, como hay mucha gente que piensa, sino que Él como Dios soberano y conocedor del pasado, presente y futuro, sabe perfectamente que son cosas que no tendrán provecho para nosotros. Y peor sería si aún por “divertirnos” descuidamos de nuestra comunión con Dios. Los cristianos comprometidos y que han descubierto toda la verdad oculta en la palabra de Dios, saben que la vida cristiana es de gozo y felicidad, porque no depende de las circunstancias externas, ni de fiestas, ni de salir con amigos, ni de ver partidos, ni de hacer cualquier cosa que nos guste. La felicidad verdadera está en una continua comunión con Dios, Quien nos puede dar gozo aún en medio de momentos duros y difíciles de nuestra vida, cuando está fuera de lógica que sea así. Y esto se debe a que sabemos que todo obra para bien a los que aman a Dios, además de que Él mismo se hace cargo de que esas dificultades se conviertan en una forma de hacernos madurar, crecer y aprender a vivir. Pero todo esto es posible únicamente cuando le hemos dado el primer lugar a Dios en nuestra vida, para que haga de esa una convicción en nosotros. Un par de versículos corroboran esta verdad: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” (Fil. 4: 4-7) “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.” (Sant. 1: 2-4)

8.       Mucha gente hay en el mundo que podemos decir que son personas buenas. Siempre están viendo de que forma ayudar a los necesitados, visitar asilos de ancianos, hospicios de huérfanos. Van por las calles dando de comer a los indigentes, juntando de la calle a los niños abandonados.
Todo esto está muy bien. Sin embargo, muchas de ellas desconocen que hay una necesidad en cada ser humano que es la principal y la más importante. Y es la necesidad de una relación con Dios. Jesús lo sabía perfectamente, y por eso a la vez que sanaba a muchos, también predicaba, y siempre que sanaba a alguien más allá de sus dolencias, buscaba su corazón. Porque de nada sirve ayudar a un drogadicto o un borracho dándole de comer o un lugar donde dormir, si su necesidad afectiva no es llenada. Pronto volverá al lugar de donde salió porque no se siente satisfecho en ese lugar. Y todo esto porque el hombre por naturaleza está hecho para tener comunión con Dios, y no solo eso, para que Él sea su prioridad y razón de vivir.

9.       Muchas veces pedimos y pedimos por algo en específico, y creemos que por ser fieles y puntuales en todo lo que se refiere el servicio a Dios, nos hemos ganado que Él nos de todo lo que queramos. Y al ver que esto no es así, miramos al cielo y decimos: ¿Por qué Dios? ¿Qué más debo hacer? Y la realidad es que no es Dios quien está ocupando ese primer lugar en nuestra vida, sino que somos nosotros mismos, nuestro orgullo y ego el que usurpa el lugar de Dios.
Que nuestro compromiso a Dios no sea por mero interés, por ganarnos una vida cómoda. Que nuestra alabanza sea en gratitud por lo que ya tenemos. Valoremos lo que Dios nos ha dado, para que lo que cada día Dios nos dé lo recibamos como regalo y no como deuda. Si hiciéramos un balance de deudas y méritos, saldríamos perdiendo y por mucho. Gracias infinitas a Dios por Jesucristo que vino a pagar nuestra deuda.

La lección de los nueve leprosos

Estos nueve leprosos que no regresaron pudieron haber experimentado un giro de 60 grados en sus vidas. De cualquier forma podían haber vuelto al encuentro de sus familias, de sus amigos, de sus trabajos, de sus metas y proyectos abandonados por tan terrible desgracia. Pero hubieran marcado una gran diferencia al verlas desde ese momento de una manera distinta. No como el fin de alcanzar plenitud y llenura en sus vidas, sino más bien como un medio por el cual alcanzar un fin, el cual es alabar y exaltar el nombre de Dios. Así con su conocimiento incompleto de Jesús podrían muy bien dar un testimonio de sanidad, pero no conocían Quien fue el que les sanó. Solo fue alguien que vieron de lejos. Y con esa imagen que vieron de largo fue con la que se conformaron, recibiendo lo que creían necesario, y nada más. Estarían destinados a vivir solo de una experiencia del pasado. Sus vidas serían simplemente ordinarias, así como la son las de tantas personas hoy en día que viven sin el Señor.
¿Cuántas veces no hemos regresado a dar las gracias? ¿Cuántas veces, luego de recibir lo que queríamos, un hogar propio, una familia, un trabajo, una carrera, amigos, diversión, placer, comodidad, una falsa imagen de sentirse satisfecho y de haber hecho el bien, hemos decidido no saber más de Jesús? ¿Cuál es la imagen que tenemos de Cristo? ¿Es la de un sanador, de un profeta, de un ser amoroso y misericordioso, un predicador, o la de nuestro Salvador, Quien murió y resucitó para que hoy nosotros tengamos vida y vida en abundancia? (Juan 10: 10) No cometamos el error de “(cambiar) la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.” (Rom. 1: 25)
El samaritano supo reconocer que el sacerdote con el cual debía presentarse era Jesús mismo, quien podría declararlo oficialmente como sano. Y al actuar así, no solo recibió sanidad física, también recibió sanidad espiritual, la más importante. Este samaritano, siendo odiado y repudiado por los judíos, teniendo total razón para no acercarse a Jesús pudiendo pensar que este lo iba a rechazar, fue el único que vio que era Él quien iba a llenar su necesidad real de salvación, porque también vio que más que ser sanado de lepra, necesitaba ser rescatado de la muerte por el pecado. Puede que hubiera una familia, un trabajo o amigos esperándole, pero sabía que como su Salvador, Jesús requería prioridad antes de cualquier otra cosa. Y por hacer esto, fue plenamente recompensado, infinitamente más de lo poco que recibieron sus amigos leprosos, que solo recibieron lo que pedían, y nada más.

Una frase que escuché de un predicador hace tiempo ya, y que me quedó grabada en la mente para siempre, es una que dice “Dios se toma el riesgo de bendecirnos.” Sí, porque se arriesga a que una vez que nos ha dado todo lo que pedimos o necesitamos, nosotros nos olvidemos que fue Él quien nos lo dio. Pero aún así lo hace, y lo sigue haciendo día con día, aún con esas personas que ni siquiera quieren reconocer al Autor y Consumador de la vida. Aprendamos de la lección del leproso que regresó, pero también aprendamos de los que no regresaron. Dios les bendiga.

DISTANCIA EN LA RELACIÓN DE PAREJA, continuación

Por: Mateo Martínez

Cuando conocemos a esa persona especial, con la cual nos gustaría pasar el reto de nuestra vida, hacemos planes, soñamos y nuestra existencia comienza a tener un sentido. Es cuando empezamos a pensar en una dimensión fuera de nuestra individualidad.

Nuestros pensamientos y acciones son puras expresiones de nuestros sentimientos. Y en ellos solo existe la esperanza de amar y ser amado por esa persona que hemos conocido.

En nuestra mente no hay espacio disponible para pensar en estar alejado de ella o del de él. Jamás hemos pensado como seria nuestra vida si esa persona no está. Y es que no hemos hecho planes para estar separados. Solo nos hemos preparado emocional, sentimental y físicamente para vivir juntos con ese ser amado.

En el proceso del cortejo y posteriormente en el tiempo de noviazgo, dejamos de lado evaluar algunos factores que podrían atacar negativamente esa relación, factores existentes, quizás, en el hombre o en la mujer.
En las relaciones existen múltiples oportunidades que con el pasar del tiempo se convierten en esas fortalezas o soportes para una relación conyugal más firme y duradera. Es posible que la distancia sea una oportunidad para darle más valor a la relación, estableciendo mejores cimientos para la confianza, el respeto, la tolerancias y porque no, aprender a valorar al otro cónyuge.

Pero ¿es posible lograr estos valores solo cuando nos distanciamos? ¿No pueden ser estos elementos, objetivos personales en la relación, aún así no se distancien los cónyuges? Creo que usted estará de acuerdo conmigo, si se pueden fortalecer estos valores en la relación sin la necesidad de distanciarse, física y emocionalmente.

Hay grandes posibilidades si trabajamos juntos en conquistar estas oportunidades. Sólo que la distancia nos puedes alertar de lo que no estamos haciendo o valorando de nuestro cónyuge. En mi país hay un decir y es el siguiente "nadie valora lo que tienes hasta que o lo pierdes" quizás aquí está la situación.

No valoramos en su justa dimensión la importancia que tiene nuestra relación hasta que no estamos lejos de la persona amada. Saber que me hace falta estar con ese especial ser humano, sentir el vacío por su ausencia, la nostalgia de su sonrisa y sus abrazos, los detalles de sus atenciones tan personalizadas y dar respuestas a sus preguntas, las cuales buscan entender esas pequeñas preocupaciones que surgen en el pasar del tiempo en la relación, así como su responsabilidad en hacer todo lo que está a su alcance para hacerte sentir bien. Eso sí que vale en la relación y descubrirlo, aún más.

En tal sentido, necesitamos poner especial atención a la relación conyugal, es posible que este perdiendo el tiempo en reconocer la importancia que tiene esa persona para tu vida. Dios ha creado a alguien especial para ti, así lo ha hecho para mí.

Si el Creador del universo se tomó el tiempo para crear y seleccionar esa especial persona para tu vida, entonces deberías valorar esa particular forma y trato personalizado que El ha tenido contigo, así lo ha hecho conmigo también.

Separarse de ese ser amado, por la razón que sea, no debe ser la motivación para que aprendamos a valorar al ser humano con el que has decidido compartir tu vida y que un día tomaste la decisión de expresar que era hasta que la muerte los separe.

Dios ha unido el hombre y a la mujer en matrimonio para siempre, Mateo 19:6.

Cuando nos distanciamos sentimentalmente, estando juntos físicamente

Es posible que aún vivir en el mismo techo y conviviendo físicamente toda una vida junta, tú estés distanciado o distanciada de tu cónyuge.

Usted se preguntará ¿cómo es esto posible? En lo personal, he tenido la oportunidad de ver muy frecuentemente esta situación en las relaciones de muchos matrimonios. Físicamente se ven juntos, pero sentimental y emocionalmente están separados. Incluso, ya duermen en espacio o habitaciones distintas en la misma casa.

Esto está ocurriendo con mayor frecuencia en cuatro de cada cinco matrimonios. Algunos de los cuales lo experimentan por un tiempo, otros son cíclicos (un tiempo junto, otros tiempos separados) y otros concluyen en divorcios.

Es la enfermedad de los matrimonios hoy día. ¿Cuáles son las posibles causas? Podemos mencionar varias causas, pero en este artículo solo queremos referirnos a las más comunes, como son: la falta de comunicación, la falta amor y respecto, el trabajo, las finanzas, los hijos, los suegros, los amigos, entre otras tantas.

Estos elementos se han convertido en los causantes del distanciamiento y separación de muchos matrimonios hoy día. Son las herencias que se les están dejando a esta sociedad por medio de la futura generación, que son los hijos.

La falta de comunicación, un valor sustituido hoy día por el trabajo, la computadora, el celular, la TV, los estudios, los amigos, etc. Para todos hay tiempo, pero para comunicarse con el cónyuge no existe oportunidad.

No es posible valorar en la dimensión apropiada a una persona, si no podemos tomar el tiempo para comunicarnos con ella de manera apropiada, con la sensibilidad que amerita y la importancia que debiera tener esa persona, mucho más,  en la relación matrimonial.

Este es el primer principio para fortalecer el matrimonio, la comunicación, sencillamente se inicia con una conversación. Esa conversación debe ser un tiempo de calidad, de valor, de crecimiento emocional y sentimental, un tiempo en el cual los cónyuges puedan aprender el uno del otro los valores que los unen en el matrimonio.

Valores, por los cuales se lucha y se trabaja junto en la relación. Valores con los cuales se preparan los cimientos necesarios para una relación y entendimiento mejor en tu matrimonio.

La distancia no es necesaria para que te des cuenta del valor que tiene tu cónyuge, puedes darte cuenta de quién es esa persona con la cual compartes tu vida, sólo dedicando un momento de calidad para hablarle y escucharle. 

Continuaremos este tema en el próximo artículo.


Dios te bendiga y Bendiga tu matrimonio…

Leer este tema y otros similares en:  http://oasisfamiliar.blogspot.com/



TODA LA TIERRA SABRÁ QUE HAY DIOS EN ISRAEL

Por: Carlos Ulate

(1 Samuel 17.46)

Cinco conductas que podemos poner en práctica para dar gloria a Dios como pueblo de Él que somos:

1. Preparar nuestra generosidad para dar la ofrenda en especie que se deposita en la canasta de víveres (2 Corintios 9.5).

2. Cantar con el entendimiento, esto es, hacer propio el sentido de la letra de los cánticos (1 Corintios 14.15).

3. Orar con el entendimiento para poder decir "amén" a la oración que dirigen los que pasan al frente (1 Corintios 14.14, 15).

4. Llamar a un miembro que no estuvo presente el domingo, no para pedir explicaciones, si no para afirmarle nuestra preocupación por él ó por ella (1 Corintios 12.25).

5. Llegar cinco minutos antes a las clases bíblicas del domingo por la mañana (no olvidar miércoles por la noche), como señal de lo importante que es el alimento espiritual que se nos sirve (Mateo 4.4)

Al poner en práctica las anteriores conductas, podremos inspirar a otros, dar testimonio y, sobre todo, demostrar cuán en serio estamos tomando al Señor que nos creó y a quien daremos cuenta en el día postrero.


¿Y LOS NUEVE? PARTE I

Por: Kenneth Matarrita 


¿Qué tan difícil es dar las gracias? Nada cuesta, basta con abrir la boca y pronunciar esas dos sílabas. Sin embargo, tener la disposición y el deseo de hacerlo es algo muy distinto.
Todas las bendiciones que poseemos las recibimos. Nunca hicimos mérito alguno por ganarlas, y nunca seremos suficientemente dignos de ellas. Un ejemplo simple es la vida. ¿Qué más merecedor soy yo de despertar cada mañana con vida y con salud, que el que está postrado en una cama de un hospital? ¿O qué más merecedor soy yo de tener una familia, madre, padre y hermanos, que ese niño que fue abandonado y vive en un hospicio de huérfanos? Ciertamente que no somos ni más ni menos merecedores de estas cosas, y más aún, si hacemos examen de conciencia puede que nos demos cuenta que más bien esas personas desafortunadas valorarían y apreciarían muchísimo más que nosotros esa bendición.
El problema es cuando damos por sentado las cosas. Damos por un hecho que siempre tengamos comida en nuestro plato, agua para beber, trabajo, familia, pareja, etc, etc, etc. Nos acostumbramos tanto a lo que tenemos, que olvidamos dar las gracias por ello.
Hay un caso de sanación de Jesús en el libro de Lucas, con el cual aprenderemos una lección que necesitamos escuchar de vez en cuando: ser agradecidos.


Los diez leprosos y Jesús

Leamos Lucas 17: 11-19 muy detenidamente, analizando cada uno de los detalles.
La lepra era una enfermedad muy conocida en los tiempos de Cristo. Es provocada por una bacteria que afecta la piel. Puede provocar llagas o ulceras, y en un estado muy avanzado provoca deformaciones, y hasta la caída de miembros y extremidades.
Debido a que en ese tiempo la enfermedad no tenía forma de ser controlada, estos leprosos eran deambulantes desamparados, obligados a vivir en un campamento  fuera de la ciudad. Por ley se les pedía a los leprosos quedarse a por lo menos 100 pasos de toda persona sana. Cuando alguien se acercaba, ellos tenían que gritar: ¡Inmundo, inmundo!
Dependiendo de cuanto tiempo habían sido leprosos, algunos habían perdido dedos de las manos, dedos de los pies, orejas, dientes, brazos y nariz. Su carne estaba cruda y podrida, y el hedor y verlos era insufrible. Probablemente vivían de los vertederos de basura para alimentarse.
Pero lo que más atormentaba a estos desdichados la mayor parte del tiempo era el recuerdo persistente de sus seres queridos que tuvieron que dejar atrás. Perdieron a sus amantes esposas, la risa de sus hijos, casas, respeto y toda esperanza de vida.
No se sabe cómo estos diez leprosos habían escuchado de Jesús. Quizás algún vagabundo leproso había pasado y les había contado de las curaciones milagrosas que hacía. De cualquier modo sabían que Jesús pasaría, y ellos estaban esperándolo.
Así pues, al ver que se acercaba la multitud, y al ver que todos rodeaban a un solo hombre, clamaron por misericordia. Jesús, como siempre dándonos ejemplo, no los rechazó ni les ordenó alejarse. Tampoco se dirigió a ellos duramente. Tan solo les dijo a la distancia: “Id, mostraos a los sacerdotes.” (v. 14)
Aún cuando la orden de Jesús pudo parecerles descabellada ya que todavía estaban enfermos, aún así demostraron fe obedeciendo a Jesús, y ya de camino, fueron sanados, sintieron como los miembros perdidos eran restaurados, las escamas de su cara caían, y al volverse a ver unos a otros se dieron cuenta de que estaban completamente sanos.
Probablemente ya Jesús y sus discípulos iban adelante del camino, cuando escucharon una voz de alguien que les gritaba. “Miren, es uno de los leprosos”, dijo alguno de los discípulos. Cuando llegó donde Jesús, inclinando su rostro a tierra, el sanado rompió en alabanza y acción de gracias.
Jesús de alguna forma notó que el que estaba a sus pies era ni más ni menos que un samaritano, la raza odiada por los judíos. Se inclinó a él y le dijo: “¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?  ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?” (v. 17, 18) No es que Jesús despreciara a este hombre. Lo que trataba de hacer notar era que de 10 leprosos sanados, solo uno que al ser de la raza discriminada de los judíos, y con lo cual era el que más razones tendría para no volver, y sin embargo fue el único que lo hizo.
Una vez hecho notar el asunto, despidió al samaritano, pero no sin terminar de darle sanidad, la sanidad de su espíritu, ya que recibió la salvación eterna. “Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.” (v. 19)

Recibiendo la limpieza

Hoy podemos hacer la misma pregunta que hizo Jesús mientras estuvo en la tierra en cuerpo de hombre. Muchas personas han recibido la salvación. Dios actuó providencialmente en sus vidas para hacerles ver su mal camino, y mostrarles el camino verdadero de vida eterna. Les hizo llegar la Palabra, y personas dispuestas a ayudarle a entenderla, y encontrar en ella cual es el propósito que Dios tiene para sus vidas. Hay personas en las cuales el trabajo que Dios tuvo que hacer fue inmenso, ya que estaban muy hundidos en pecado. Sabemos de hermanos que estuvieron por años incluso asistiendo a la iglesia. Y sin embargo mantenían su posición orgullosa de creer no necesitar redención. Hay casos de esposas y madres que oraron sin cesar por mucho tiempo, rogando por la salvación de su familia, por esos esposos borrachos, por esos hijos que andaban en la calle tomando y fumando, poniendo en riesgo sus vidas, pidiendo al Señor a través de constantes oraciones que de alguna forma los ojos ciegos por el pecado de sus seres amados fueran por fin abiertos. Incluso hubo casos de hermanos que tuvieron que pasar terribles dificultades, perder todas sus posesiones materiales, perder algún ser querido, o incluso padecer una terrible enfermedad o verse al borde de la muerte para darse cuenta de su error, y tomar el camino de vuelta.
Todos recordamos ese día que decidimos entregar nuestra vida a Dios en obediencia mediante el bautismo. Recordamos como todos los hermanos nos felicitaban y nos animaban. Recordamos la alegría de todos cuando nos bajamos del bautisterio, los cantos, las oraciones por ese día tan especial. También podemos recordar el día que después de mucho tiempo de estar apartados de la iglesia por una u otra razón, decidimos volver a Dios. Recordamos como todos llegaban a saludarnos, nos decían: “¡qué gusto de volverlo a ver!”. Y también recordamos como empezaban a hacernos invitación de las distintas actividades de la iglesia, y hasta de ir a almorzar con algún muy querido hermano.
También podemos hacer un recuento de todas esas maravillosas bendiciones, que luego de haber recibido la salvación a través del bautismo, empezaron a llegar a nuestras vidas. Tenemos hermanos que, si bien es cierto no son perfectos como ninguno de nosotros lo es, sin embargo son personas con las que podemos contar siempre, con una palabra de aliento, con alguna ayuda económica que nos saca de algún apuro. Con los que podemos compartir muchos momentos de felicidad y hermandad, y que muchas veces pueden incluso llegar a sustituir a los mismos familiares de la carne.
Podemos además citar otras muchas bendiciones que tenemos. Dios nos ha dado la oportunidad de estudiar, de prepararnos mejor profesionalmente. También nos da un trabajo estable y seguro. Tenemos familia, sea padre, o madre, o hermanos, o todos. Poseemos un techo bajo el cual vivir, protegernos del frío de la noche, y el sol del día. También tenemos salud, la capacidad de abrir nuestros ojos y observar el mundo a nuestro alrededor. El aire que respiramos, los alimentos en nuestra mesa cada día, ropa para ponernos, zapatos para calzarnos. Amigos, vecinos, compañeros, amistades. Y más allá de todo eso, una relación con Dios como un Padre que nos ama inmensamente, que se hace cargo de darle sentido y dirección a nuestra vida. Que hace que todo trabaje para nuestro bien, y que nunca nunca nos abandona. Consejero fiel, presente en todas las circunstancias felices y tristes. Que nos muestra un ejemplo a seguir en Cristo Jesús, y que nos provee de los medios necesarios para llevar una vida santa y pura, a través del Espíritu Santo. Esta lista se queda corta con tanta bendición que poseemos en nuestra vida. Y cada uno de ellos es un regalo que Dios nos ha dado, no porque lo merezcamos, sino porque simplemente, de su gracia y misericordia divina, le nació dárnoslo.

¿Dónde están los otros nueve?

La Biblia no nos dice el resto de la historia de los nueve leprosos que no regresaron. Me tomaré la libertad de terminar la historia analizando los posibles casos de cada uno de esos leprosos mal agradecidos.
Suponiendo que los 9 leprosos cumplieron el mandato de Jesús, y se dirigieron al sacerdote para hacer el proceso de purificación que prescribía la ley, la historia de cada uno de ellos podría continuar así:

1.       El familiar

Una vez que salió del templo, Casero salió corriendo hacia su antigua casa. Allí se reencontró con su esposa y sus hijos. Muy alegres y a la vez asombrados al verlo totalmente sano, le prepararon una fiesta de bienvenida, y festejaron junto con sus amigos, vecinos y familiares tan maravilloso evento. Muchos le preguntaban cómo había pasado acto tan increíble, a lo cual el respondía que él junto con sus amigos leprosos se acercaron para pedirle ayuda a ese supuesto Mesías que andaba sanando muchas personas, y bueno el resto de la historia la sabemos. Para este hombre ese día fue el primero del resto de su vida. El más grande anhelo de su corazón era poder reencontrarse con su familia. Y se había prometido que si algún día volvía con ellos, no perdería ni un solo momento para estar juntos.
Pasaron los días, y las semanas. Casero volvió a las ocupaciones que tenía antes de su desgracia. Volvió a su vida normal. Y así el evento quedó en el pasado. Un día llegó a sus oídos la noticia de que ese supuesto Mesías había sido ejecutado en una cruz. Y entonces pensó: “Bueno pues al final de cuentas no era tan buen hombre como parecía. Si lo ejecutaron los romanos es porque posiblemente era un estafador o un bandido. Por lo menos a mí me dio lo que necesitaba. Y ahora disfruto de mi razón de vivir, mi familia. Todo lo demás no me importa.”

2.       El codicioso

Luego de terminar los trámites con el sacerdote, Platero hizo memoria de sus finanzas. Antes de tener que abandonar la ciudad había enterrado una buena suma de dinero. Con este en mano, buscó a sus antiguos contactos, se puso al tanto de como estaba la economía actual, empezó a hacer inversiones, y luego de poco tiempo tenía el triple del dinero con el que había comenzado. Otra vez era adinerado, y con muchas ganas de seguir ganando más y más.
Un día, caminando por las calles de Jerusalén, vio una multitud de gente que iba en dirección a las afueras de la ciudad. Se acercó cuidadosamente para ver que era el asunto, y pudo observar que llevaban a unos convictos para ser crucificados. Miró más atentamente, y pudo notar que uno de ellos era ese hombre que lo había sanado de la lepra. Sintió lástima en el momento, pero luego pensó: “bueno, algo malo debe haber hecho para que le dieran tal castigo. No se veía que fuera así, pero bueno, la gente a veces muestra una cara y luego otra. No perderé más tiempo en averiguar qué hizo, tengo mis negocios que atender.”

3.       El amigable

Simpático, de inmediato pensó en buscar a esos amigos que por tanto tiempo había dejado de ver debido a su exilio. Recordó cuantos gratos momentos había vivido con ellos, todas esas aventuras de juventud, esa amistad verdadera demostrada en las lágrimas y el llanto que los vio exclamar el día que tuvo que salir de la ciudad. Les daría la gran sorpresa de que un extraño lo había sanado milagrosamente, y que ahora nuevamente estaría con ellos para revivir todas esas experiencias del pasado. Se reencontró con todos sus viejos amigos. Muy alegres le dieron una gran bienvenida, lo llevaron a fiestas y a divertirse a lo grande. Recobró su vida del pasado en la que sus amigos ocupaban el primer lugar. Por fin lo que tanto había soñado pudo verlo hecho.
Tiempo después, mientras iba por las calles de Jerusalén riendo y divirtiéndose con sus amigos, vio que una mujer sollozando pasaba frente a ellos. Le preguntó que pasaba, y esta le respondió que iban a matar a un hombre inocente, que solo había hecho cosas buenas por los más necesitados. Preguntó cómo era ese hombre, y luego de escuchar la descripción se dio cuenta de que era el mismo que lo había sanado. Le dijo a sus amigos que lo acompañaran a ir a ver a ese extraño. Llegaron a las afueras de la ciudad, donde vieron como estaban subiendo las cruces en el monte de la Calavera. Simpático sintió mucho pesar, y deseó acercarse a Jesús para preguntarle cómo era posible que terminara ahí. Pero al decirle a sus amigos sus intenciones, estos le respondieron: “Déjalo, si está ahí es por algo, vámonos ya para la fiesta que nos agarrará tarde.” Lo pensó un poco, y luego dijo: “Bueno tienen razón, por algo será que está ahí. No me preocuparé más por eso. Mis amigos siempre tienen la razón.”

4.       El trabajador

Laborioso antes de contraer la lepra era un hombre muy respetado y reconocido en su vecindario, por ser una persona muy trabajadora y laboriosa. Podía vérsele desde muy temprano que venía de haber pasado la madrugada pescando en el lago de Galilea. Durante el día andaba de un lugar a otro buscando qué hacer, viendo de que forma se ganaba unos denarios más. Quería que su familia tuviera todo lo necesario, y más allá, quería que tuvieran todos los lujos y comodidades posibles. Y por ello trabajaba sin parar. Por esta razón el día que la lepra contaminó todo su cuerpo, fue lo más doloroso para él, ya que no podría seguir manteniendo a su familia.
Cuando hubo sido sanado, lo primero que hizo fue dirigirse a casa. Fue una escena muy conmovedora, donde sus hijos ya grandes, se abalanzaron sobre él para abrazarlo y besarlo. Su esposa fiel había siempre mantenido la esperanza de que regresara. Con el tiempo, Laborioso logró recuperar su trabajo. Pudo restituir con creces todo lo que había dejado de darle a su familia en todo ese tiempo.
Cierto día, mientras caminaba por Jerusalén, a su paso se encontró con una multitud que iba caminando hacia el templo. Aunque tenía prisa ya que debía hacer un encargo, la curiosidad pudo más, así que los siguió. Al llegar vio que esas personas se sentaban en círculo alrededor de un hombre que les hablaba. Al acercarse más pudo distinguir que ese hombre era el que lo había sanado. Tuvo el intento de quedarse a escuchar que decía, pero recordó que tenía algo pendiente por hacer. “Iré a hacer este encargo, y luego sacaré un tiempo para venir a escucharlo.” Se fue, pero cuando hubo cumplido, le ofrecieron otro trabajo con el que iba a ganar mucho más dinero. Luego de pensarlo un poco pensó: “Con ese dinero le podré comprar unos trajes muy finos a mi esposa, y más juguetes a mis hijos, nada es mucho para ellos. Si en algún momento me vuelvo a encontrar a ese hombre, y si tengo tiempo, lo escucharé. Otro día será.”

5.       El religioso

Antes de enfermar, Santurron era reconocido entre los ancianos y sacerdotes de Jerusalén como uno de los más esmerados y celosos rabinos. Era ejemplo por su entrega y su compromiso a la observancia de la Ley. El día que se dio cuenta de su enfermedad, aún cuando era algo muy doloroso, no dudó ni por un instante que su deber era salir de la ciudad de inmediato, tal como lo establecía la Ley. Una vez que fue curado, de inmediato regresó a la sinagoga para reencontrarse con los rabinos e intérpretes de la Ley.
Pasados algunos días, estando junto con los demás judíos devotos de la Ley reunidos en la sinagoga, vio entrar a ese hombre que le había sanado. Sabía muy bien que aún cuando muchos decían que ese era el Mesías, no podía ser, ya que el Mesías vendría como rey, y por nada del mundo andaría entre pecadores y pobres. Pero si creía que podía ser un gran profeta enviado por Dios, y que lo de Mesías era simplemente un rumor. Al ver que Jesús era el encargado de la lectura de la tarde, decidió esperar a que lo hiciera para acercarse luego y darle las gracias. Sin embargo, grande fue su asombro al escuchar que Él mismo afirmaba ser Hijo de Dios, y el tan esperado Mesías. De inmediato se llenó de rabia y odio hacia ese blasfemo, y junto con los demás, y olvidando lo que había hecho por él, estuvo dispuesto a apedrearlo. Y si no hubiera sido porque de la nada desapareció, lo hubiera acabar querido acabar con sus propias manos.

6.       El cansado

Agotado, al igual que Laborioso, antes de enfermar era un hombre muy trabajador y esforzado, que siempre estaba buscando de qué manera ganarse unos denarios. Como era muy joven todavía, no estaba casado, y vivía con su madre y sus otros 2 hermanos que eran de la misma edad y también trabajaban, por lo que entre los tres se hacían cargo de todo el mantenimiento. Fue de lo más terrible tener que dejarlos, pero dado que la Ley lo exigía, se separó de ellos.
Hubo gran regocijo el día que su familia lo vio entrar por la puerta completamente sano. Lo recibieron con una gran fiesta, y le pidieron les contara como había ocurrido tan maravilloso evento. Entonces su madre le dijo que ella sabía quien era ese Jesús, que había hecho grandes maravillas por todo Israel, sanando gente y predicando acerca de un Reino que Él venía a establecer. Le dijo que debía de buscarlo para agradecerle, y de paso escuchar de sus enseñanzas. A esto el joven respondió que cuando tuviera oportunidad lo haría.

Y esa oportunidad llegó poco después. Acababa de terminar sus labores de pesca en la madrugada, y acababa de llegar a la playa. Se sentía exhausto y muy cansado, ya que los peces habían dado mucha pelea. Cuando iba terminando, notó a la distancia una multitud sentada en la playa, viendo en dirección al mar. Eso le pareció muy extraño, por lo que se acercó para ver más detenidamente. Y pudo ver que había un hombre sentado en un barco pequeño que hablaba a la gente. Miró más de cerca y distinguió que ese hombre era el que lo había sanado. Recordó las palabras de su madre, y tuvo la intención de acercarse, sin embargo en ese momento recordó lo cansado que se sentía. Así que pensó: “Bueno mamá entenderá que me siento muy cansado, y quiero dormir aunque sea un par de horas. Luego de eso regresaré a encontrarme con este hombre y le daré las gracias.” Entonces tomó rumbo a casa, dejando atrás esa oportunidad de conocer a Jesús.

COMO CULTIVAR UNA RELACIÓN CON DIOS EN LA FAMILIA

Por: Mateo Martínez


Vivimos en un mundo de relaciones, donde se demanda de cada individuo una parte activa en este compromiso.

Motivarnos a tener una buena relación con el esposo, la esposa, con los hijos, entre hermanos, con el vecino, los compañeros de trabajo y de estudios. Esto aporta un gran valor en nuestro  crecimiento personal.

Las familias con buenas relaciones entre sus miembros podrán ser más fuertes para soportar las distintas presiones sociales. Por igual, una familia que vive una verdadera relación con Dios, sus cimientos estarán más reedificados sobre la roca inconmovible.

Las tempestades de este mundo no la podrán mover o desbaratar, podrán enfrentar las diversas situaciones en unidad, esperanzadas en la protección y el cuidado de Dios.


  • Son innumerables las parejas que inician una relación de novios, aun siendo parte de la iglesia,  sin la apropiada convicción del compromiso espiritual. Dejan a Dios a un lado en su relación sentimental, se olvidan de que Dios es el soberano Señor nuestro. Aquí inician sus problemas para su futuro matrimonio.
  • Son muchos los matrimonios que colapsan por dejar su relación con Dios fuera de sus relaciones conyugales.
  • Por igual, son muchos los padres que fracasan en la crianza de sus hijos por no tener a Dios como guía en esta tarea.
  • No podemos olvidar a los padres que aconsejan, y apoyan una relación en yugo desigual de sus hijos e hijas. Iniciando de esta forma el quebrantamiento de la ley de Dios y por consiguiente, una desintegración de la familia.
  • Así podemos observar las distintas familias que dia a dia abandonan la Iglesia por el simple hechos de haber abandonado su relación con Dios.
  • Buscando ayuda, ¿de qué debemos tener cuidado? (v.8)
  • ¿Quién tiene la verdad en la que podemos confiar? (v.8)
  • Podemos confiar en Cristo para obtener ayuda porque Él es (v.9) toda la plenitud, el Creador de nosotros y de la institución familiar.
  • Si confiamos en Cristo para ayudarnos con la tarea de ser un buenos padres o Madres, ¿Falta algo más que debemos buscar por otro lado? (v.10)
Colosenses 3:12-15.
3:12 Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; 
3:13 soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.
3:14 Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. 
3:15 Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos


Juan 15:5, Yo soy la vid, vosotros las ramas. El que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto. Pero separados de mí, nada podéis hacer.

Hay forma para fomentar una relación: requerimos comunicarnos, nos gustaría escuchar y ser escuchado, seria grato poder servir a esa persona con quien tenemos tal relación.


1-      Dios desea que nos comuniquemos con él, por medio de la oración.
2-      El quiere que aprendamos a escucharle, por medio de su palabra.
3-      El quiere que aprendamos a ser verdadero siervos.

I-                   Inicia con el Esposo y la Esposa.

Cuando como individuo reconoces que tiene una responsabilidad personal e individual con tu salvación.

Cuando el esposo siente la necesidad de una relación con Dios.
Cuando la esposa siente la necesidad de una relación con Dios.

No se puede cultivar una relación familiar con Dios, sin que cada miembro de la familiar la este cultivando de forma personal.

Hagámonos las siguientes preguntas:
Como esposo u esposa:

1)      ¿Soy un hijo(a)  de Dios?

 Juan 1:12;  
Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en  su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios

2)      ¿Soy amigo(a) de Cristo?

      Juan 15:15;
       Ya no os llamaré siervos,  porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos,  porque todas las cosas que oí de mi Padre os las  he dado a conocer.

3)      ¿Estoy unido(a) con Cristo y soy un espíritu con él?

1 Corintios 6:17;
      Pero el que se une al Señor,  un espíritu es con él.

4)      ¿He sido comprado(a) con precio, pertenezco a Dios?

1 Corintios 6:20;
      Pues habéis sido comprados  por precio;  glorificad,  pues,  a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu,  los cuales son de Dios.

5)      ¿Soy miembro del cuerpo de Cristo?

1 Corintios 12:27;
      Vosotros,  pues,  sois el cuerpo de Cristo y miembros cada uno en particular.

6)      ¿Tengo acceso directo a Dios atreves del Espíritu Santo?

Efesios 2:18;
Porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.


7)      ¿Soy Completo(a) en Cristo?

Colosenses 2:9,10;
      Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad.

8)      ¿He sido establecido(a), Ungido(a) y Sellado(a) por Dios?

2 Corintios 1:21, 22;
      Y el que nos confirma con vosotros en Cristo,  y el que nos ungió, es Dios,  el cual también nos ha sellado y nos ha dado,  como garantía, el Espíritu en nuestros corazones.


9)      ¿Puedo encontrar gracias y misericordia en tiempo de necesidad?

Hebreos 4:16;
      Acerquémonos,  pues,  confiadamente al trono de la gracia,  para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

10)   ¿Me siento ser luz y sal de esta tierra?
     
      Mateo 5:13,14;
      Vosotros sois la sal de la tierra;  pero si la sal pierde su sabor,  ¿con qué será salada?  No sirve más para nada,  sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo, una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.

Las respuestas a estas preguntas nos dan una ligera idea de nuestra relación personal con Dios.

De lo comprometido que estamos como esposo y esposa Cristianos, a fomentar una relación con Dios como pareja.

Y como padres, a enseñar a nuestros hijos a cultivar esta relación con nuestro Padre celestial, por medio de su Hijo Jesucristo.


II-                  Como cultivamos una relación con Dios como pareja.

     Haciendo los ajustes necesarios del Yo, y convertirnos en nosotros.
  
  Ya no es mi relación con Dios, ahora es nuestra relación con Dios. Cultivada por medio de la santidad individual, trasmitida y vivida en la convivencia de pareja.

La biblia dice en 1 Tesalonicenses 4: 3-8.

       La voluntad de Dios es vuestra santificación: que os apartéis de fornicación; que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor,  no en pasión   desordenada,  como los gentiles que no conocen a Dios;  que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano, porque,  como ya os hemos dicho y testificado,  el Señor es vengador de todo esto.  Dios no nos ha llamado a inmundicia,  sino a santificación.  Así que,  el que desecha esto,  no desecha a hombre,  sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo.

Cuando la santidad se cultiva en la pareja, esto permite un acercamiento a Dios por medio de Jesucristo, relacionarse con Dios será una experiencia renovada cada día. Esto llenara el hogar de paz, gozo y esperanza. Las circunstancias serán más cómoda de enfrentar.

Dios desea cultivar una  relación con las parejas, de una manera tan especial, amorosa y transformadora que nos pide, nos pongamos en sus manos cual barro, para ser transformado en vasijas nuevas.

Jeremías 18: 3-6.
3 Descendí a la casa del alfarero, y he aquí que él estaba trabajando sobre la rueda. 4 Y el vaso de barro que hacía se dañó en la mano del alfarero, pero el alfarero volvió a hacer otro vaso según le pareció mejor. 5 Entonces vino a mí la palabra de Jehovah, diciendo: 6 "¿No podré yo hacer con vosotros como hace este alfarero, oh casa de Israel?, dice Jehovah. He aquí que vosotros sois en mi mano como el barro en la mano del alfarero, oh casa de Israel.
Nuestro matrimonio debe mostrar y vivir bajo los principios de Dios, y para tales fines es necesario, cultivar nuestra relación con el Dios del universo.


III-             Como aprenden nuestros hijos a cultivar una relación con Dios.

Si somos individuos consagrados a Dios, manteniendo una relación con él, consistente y estable, al formar nuestra relación de pareja, continuaremos cultivando esa relación con nuestro Dios. Entonces se espera de nosotros como padres, poder enseñar a nuestros hijos como cultivar una verdadera relación con Dios.


¿Qué les estamos enseñando a nuestros hijos? ¿Cómo lo estamos enseñando? ¿Cuales métodos estamos usando? ¿Qué material estamos compartiendo con ellos? ¿De quien estamos recibiendo las informaciones que compartimos con nuestros hijos?


La biblia enseña

Colosenses 2:8-10
8 Mirad que nadie os lleve cautivos por medio de filosofías y vanas sutilezas, conforme a la tradición de hombres, conforme a los principios elementales del mundo, y no conforme a Cristo. 9 Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad; 10 y vosotros estáis completos en él, quien es la cabeza de todo principado y autoridad.

Deuteronomio 6:1-9
"Estos, pues, son los mandamientos, las leyes y los decretos que Jehovah vuestro Dios ha mandado que os enseñara, para que los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis para tomarla en posesión.
2 Son para que temas a Jehovah tu Dios, tú con tu hijo y el hijo de tu hijo, guardando todos los días de tu vida todas sus leyes y sus mandamientos que yo te mando, a fin de que tus días sean prolongados.
 3 Escucha, pues, oh Israel, y cuida de ponerlos por obra, para que te vaya bien y seas multiplicado grandemente en la tierra que fluye leche y miel, como te ha prometido Jehovah, Dios de tus padres.
4 "Escucha, Israel: Jehovah nuestro Dios, Jehovah uno es. 5 Y amarás a Jehovah tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
 6 "Estas palabras que yo te mando estarán en tu corazón. 7 Las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas sentado en casa o andando por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes.
 8 Las atarás a tu mano como señal, y estarán como frontales entre tus ojos. 9 Las escribirás en los postes de tu casa y en las puertas de tus ciudades.
Conclusiones

Necesitamos cultivar una relación personal con Dios, al unirnos en matrimonio y formar una familia, se hace necesario que la pareja trabaje unida para lograr mantener esa relación con el creador del universo.

Cuando llegan los hijos, es necesario mantener este enfoque, enseñar a nuestros hijos el camino del Señor, darles las herramientas necesarias para que aprendan a cultivar una verdadera relación con Dios.