Por: Kenneth Matarrita
¿Qué tan difícil es dar las gracias? Nada cuesta, basta
con abrir la boca y pronunciar esas dos sílabas. Sin embargo, tener la
disposición y el deseo de hacerlo es algo muy distinto.
Todas las bendiciones que poseemos las recibimos. Nunca hicimos
mérito alguno por ganarlas, y nunca seremos suficientemente dignos de ellas. Un
ejemplo simple es la vida. ¿Qué más merecedor soy yo de despertar cada mañana
con vida y con salud, que el que está postrado en una cama de un hospital? ¿O
qué más merecedor soy yo de tener una familia, madre, padre y hermanos, que ese
niño que fue abandonado y vive en un hospicio de huérfanos? Ciertamente que no
somos ni más ni menos merecedores de estas cosas, y más aún, si hacemos examen
de conciencia puede que nos demos cuenta que más bien esas personas
desafortunadas valorarían y apreciarían muchísimo más que nosotros esa
bendición.
El problema es cuando damos por sentado las cosas. Damos
por un hecho que siempre tengamos comida en nuestro plato, agua para beber, trabajo,
familia, pareja, etc, etc, etc. Nos acostumbramos tanto a lo que tenemos, que
olvidamos dar las gracias por ello.
Hay un caso de sanación de Jesús en el libro de Lucas,
con el cual aprenderemos una lección que necesitamos escuchar de vez en cuando:
ser agradecidos.
Los diez leprosos y Jesús
Leamos Lucas 17: 11-19 muy detenidamente, analizando cada
uno de los detalles.
La lepra era una enfermedad muy conocida en los tiempos
de Cristo. Es provocada por una bacteria que afecta la piel. Puede provocar llagas
o ulceras, y en un estado muy avanzado provoca deformaciones, y hasta la caída
de miembros y extremidades.
Debido a que en ese tiempo la enfermedad no tenía forma
de ser controlada, estos leprosos eran deambulantes desamparados, obligados a
vivir en un campamento fuera de la
ciudad. Por ley se les pedía a los leprosos quedarse a por lo menos 100 pasos
de toda persona sana. Cuando alguien se acercaba, ellos tenían que gritar: ¡Inmundo,
inmundo!
Dependiendo de cuanto tiempo habían sido leprosos, algunos
habían perdido dedos de las manos, dedos de los pies, orejas, dientes, brazos y
nariz. Su carne estaba cruda y podrida, y el hedor y verlos era insufrible. Probablemente
vivían de los vertederos de basura para alimentarse.
Pero lo que más atormentaba a estos desdichados la mayor
parte del tiempo era el recuerdo persistente de sus seres queridos que tuvieron
que dejar atrás. Perdieron a sus amantes esposas, la risa de sus hijos, casas,
respeto y toda esperanza de vida.
No se sabe cómo estos diez leprosos habían escuchado de
Jesús. Quizás algún vagabundo leproso había pasado y les había contado de las
curaciones milagrosas que hacía. De cualquier modo sabían que Jesús pasaría, y
ellos estaban esperándolo.
Así pues, al ver que se acercaba la multitud, y al ver
que todos rodeaban a un solo hombre, clamaron por misericordia. Jesús, como
siempre dándonos ejemplo, no los rechazó ni les ordenó alejarse. Tampoco se
dirigió a ellos duramente. Tan solo les dijo a la distancia: “Id, mostraos a
los sacerdotes.” (v. 14)
Aún cuando la orden de Jesús pudo parecerles descabellada
ya que todavía estaban enfermos, aún así demostraron fe obedeciendo a Jesús, y
ya de camino, fueron sanados, sintieron como los miembros perdidos eran restaurados,
las escamas de su cara caían, y al volverse a ver unos a otros se dieron cuenta
de que estaban completamente sanos.
Probablemente ya Jesús y sus discípulos iban adelante del
camino, cuando escucharon una voz de alguien que les gritaba. “Miren, es uno de
los leprosos”, dijo alguno de los discípulos. Cuando llegó donde Jesús,
inclinando su rostro a tierra, el sanado rompió en alabanza y acción de
gracias.
Jesús de alguna forma notó que el que estaba a sus pies
era ni más ni menos que un samaritano, la raza odiada por los judíos. Se
inclinó a él y le dijo: “¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve,
¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y
diese gloria a Dios sino este extranjero?” (v. 17, 18) No es que Jesús
despreciara a este hombre. Lo que trataba de hacer notar era que de 10 leprosos
sanados, solo uno que al ser de la raza discriminada de los judíos, y con lo
cual era el que más razones tendría para no volver, y sin embargo fue el único
que lo hizo.
Una vez hecho notar el asunto, despidió al samaritano,
pero no sin terminar de darle sanidad, la sanidad de su espíritu, ya que
recibió la salvación eterna. “Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.”
(v. 19)
Recibiendo la limpieza
Hoy podemos hacer la misma pregunta que hizo Jesús
mientras estuvo en la tierra en cuerpo de hombre. Muchas personas han recibido
la salvación. Dios actuó providencialmente en sus vidas para hacerles ver su
mal camino, y mostrarles el camino verdadero de vida eterna. Les hizo llegar la
Palabra, y personas dispuestas a ayudarle a entenderla, y encontrar en ella
cual es el propósito que Dios tiene para sus vidas. Hay personas en las cuales
el trabajo que Dios tuvo que hacer fue inmenso, ya que estaban muy hundidos en
pecado. Sabemos de hermanos que estuvieron por años incluso asistiendo a la
iglesia. Y sin embargo mantenían su posición orgullosa de creer no necesitar
redención. Hay casos de esposas y madres que oraron sin cesar por mucho tiempo,
rogando por la salvación de su familia, por esos esposos borrachos, por esos
hijos que andaban en la calle tomando y fumando, poniendo en riesgo sus vidas,
pidiendo al Señor a través de constantes oraciones que de alguna forma los ojos
ciegos por el pecado de sus seres amados fueran por fin abiertos. Incluso hubo
casos de hermanos que tuvieron que pasar terribles dificultades, perder todas
sus posesiones materiales, perder algún ser querido, o incluso padecer una
terrible enfermedad o verse al borde de la muerte para darse cuenta de su
error, y tomar el camino de vuelta.
Todos recordamos ese día que decidimos entregar nuestra
vida a Dios en obediencia mediante el bautismo. Recordamos como todos los
hermanos nos felicitaban y nos animaban. Recordamos la alegría de todos cuando
nos bajamos del bautisterio, los cantos, las oraciones por ese día tan
especial. También podemos recordar el día que después de mucho tiempo de estar
apartados de la iglesia por una u otra razón, decidimos volver a Dios.
Recordamos como todos llegaban a saludarnos, nos decían: “¡qué gusto de
volverlo a ver!”. Y también recordamos como empezaban a hacernos invitación de
las distintas actividades de la iglesia, y hasta de ir a almorzar con algún muy
querido hermano.
También podemos hacer un recuento de todas esas
maravillosas bendiciones, que luego de haber recibido la salvación a través del
bautismo, empezaron a llegar a nuestras vidas. Tenemos hermanos que, si bien es
cierto no son perfectos como ninguno de nosotros lo es, sin embargo son
personas con las que podemos contar siempre, con una palabra de aliento, con
alguna ayuda económica que nos saca de algún apuro. Con los que podemos
compartir muchos momentos de felicidad y hermandad, y que muchas veces pueden
incluso llegar a sustituir a los mismos familiares de la carne.
Podemos además citar otras muchas bendiciones que
tenemos. Dios nos ha dado la oportunidad de estudiar, de prepararnos mejor
profesionalmente. También nos da un trabajo estable y seguro. Tenemos familia,
sea padre, o madre, o hermanos, o todos. Poseemos un techo bajo el cual vivir,
protegernos del frío de la noche, y el sol del día. También tenemos salud, la
capacidad de abrir nuestros ojos y observar el mundo a nuestro alrededor. El
aire que respiramos, los alimentos en nuestra mesa cada día, ropa para
ponernos, zapatos para calzarnos. Amigos, vecinos, compañeros, amistades. Y más
allá de todo eso, una relación con Dios como un Padre que nos ama inmensamente,
que se hace cargo de darle sentido y dirección a nuestra vida. Que hace que
todo trabaje para nuestro bien, y que nunca nunca nos abandona. Consejero fiel,
presente en todas las circunstancias felices y tristes. Que nos muestra un
ejemplo a seguir en Cristo Jesús, y que nos provee de los medios necesarios
para llevar una vida santa y pura, a través del Espíritu Santo. Esta lista se
queda corta con tanta bendición que poseemos en nuestra vida. Y cada uno de
ellos es un regalo que Dios nos ha dado, no porque lo merezcamos, sino porque
simplemente, de su gracia y misericordia divina, le nació dárnoslo.
¿Dónde están los otros nueve?
La Biblia no nos dice el resto de la historia de los
nueve leprosos que no regresaron. Me tomaré la libertad de terminar la historia
analizando los posibles casos de cada uno de esos leprosos mal agradecidos.
Suponiendo que los 9 leprosos cumplieron el mandato de
Jesús, y se dirigieron al sacerdote para hacer el proceso de purificación que
prescribía la ley, la historia de cada uno de ellos podría continuar así:
1. El familiar
Una vez que salió del templo, Casero salió corriendo
hacia su antigua casa. Allí se reencontró con su esposa y sus hijos. Muy
alegres y a la vez asombrados al verlo totalmente sano, le prepararon una
fiesta de bienvenida, y festejaron junto con sus amigos, vecinos y familiares
tan maravilloso evento. Muchos le preguntaban cómo había pasado acto tan
increíble, a lo cual el respondía que él junto con sus amigos leprosos se
acercaron para pedirle ayuda a ese supuesto Mesías que andaba sanando muchas
personas, y bueno el resto de la historia la sabemos. Para este hombre ese día
fue el primero del resto de su vida. El más grande anhelo de su corazón era
poder reencontrarse con su familia. Y se había prometido que si algún día
volvía con ellos, no perdería ni un solo momento para estar juntos.
Pasaron los días, y las semanas. Casero volvió a las
ocupaciones que tenía antes de su desgracia. Volvió a su vida normal. Y así el
evento quedó en el pasado. Un día llegó a sus oídos la noticia de que ese
supuesto Mesías había sido ejecutado en una cruz. Y entonces pensó: “Bueno pues
al final de cuentas no era tan buen hombre como parecía. Si lo ejecutaron los
romanos es porque posiblemente era un estafador o un bandido. Por lo menos a mí
me dio lo que necesitaba. Y ahora disfruto de mi razón de vivir, mi familia. Todo
lo demás no me importa.”
2. El codicioso
Luego de terminar los trámites con el sacerdote, Platero
hizo memoria de sus finanzas. Antes de tener que abandonar la ciudad había enterrado
una buena suma de dinero. Con este en mano, buscó a sus antiguos contactos, se
puso al tanto de como estaba la economía actual, empezó a hacer inversiones, y
luego de poco tiempo tenía el triple del dinero con el que había comenzado.
Otra vez era adinerado, y con muchas ganas de seguir ganando más y más.
Un día, caminando por las calles de Jerusalén, vio una
multitud de gente que iba en dirección a las afueras de la ciudad. Se acercó
cuidadosamente para ver que era el asunto, y pudo observar que llevaban a unos
convictos para ser crucificados. Miró más atentamente, y pudo notar que uno de
ellos era ese hombre que lo había sanado de la lepra. Sintió lástima en el
momento, pero luego pensó: “bueno, algo malo debe haber hecho para que le
dieran tal castigo. No se veía que fuera así, pero bueno, la gente a veces
muestra una cara y luego otra. No perderé más tiempo en averiguar qué hizo,
tengo mis negocios que atender.”
3. El amigable
Simpático, de inmediato pensó en buscar a esos amigos que
por tanto tiempo había dejado de ver debido a su exilio. Recordó cuantos gratos
momentos había vivido con ellos, todas esas aventuras de juventud, esa amistad
verdadera demostrada en las lágrimas y el llanto que los vio exclamar el día
que tuvo que salir de la ciudad. Les daría la gran sorpresa de que un extraño
lo había sanado milagrosamente, y que ahora nuevamente estaría con ellos para
revivir todas esas experiencias del pasado. Se reencontró con todos sus viejos
amigos. Muy alegres le dieron una gran bienvenida, lo llevaron a fiestas y a
divertirse a lo grande. Recobró su vida del pasado en la que sus amigos
ocupaban el primer lugar. Por fin lo que tanto había soñado pudo verlo hecho.
Tiempo después, mientras iba por las calles de Jerusalén
riendo y divirtiéndose con sus amigos, vio que una mujer sollozando pasaba
frente a ellos. Le preguntó que pasaba, y esta le respondió que iban a matar a
un hombre inocente, que solo había hecho cosas buenas por los más necesitados.
Preguntó cómo era ese hombre, y luego de escuchar la descripción se dio cuenta
de que era el mismo que lo había sanado. Le dijo a sus amigos que lo
acompañaran a ir a ver a ese extraño. Llegaron a las afueras de la ciudad,
donde vieron como estaban subiendo las cruces en el monte de la Calavera. Simpático
sintió mucho pesar, y deseó acercarse a Jesús para preguntarle cómo era posible
que terminara ahí. Pero al decirle a sus amigos sus intenciones, estos le
respondieron: “Déjalo, si está ahí es por algo, vámonos ya para la fiesta que
nos agarrará tarde.” Lo pensó un poco, y luego dijo: “Bueno tienen razón, por
algo será que está ahí. No me preocuparé más por eso. Mis amigos siempre tienen
la razón.”
4. El trabajador
Laborioso antes de contraer la lepra era un hombre muy
respetado y reconocido en su vecindario, por ser una persona muy trabajadora y
laboriosa. Podía vérsele desde muy temprano que venía de haber pasado la
madrugada pescando en el lago de Galilea. Durante el día andaba de un lugar a
otro buscando qué hacer, viendo de que forma se ganaba unos denarios más.
Quería que su familia tuviera todo lo necesario, y más allá, quería que
tuvieran todos los lujos y comodidades posibles. Y por ello trabajaba sin
parar. Por esta razón el día que la lepra contaminó todo su cuerpo, fue lo más
doloroso para él, ya que no podría seguir manteniendo a su familia.
Cuando hubo sido sanado, lo primero que hizo fue
dirigirse a casa. Fue una escena muy conmovedora, donde sus hijos ya grandes,
se abalanzaron sobre él para abrazarlo y besarlo. Su esposa fiel había siempre mantenido
la esperanza de que regresara. Con el tiempo, Laborioso logró recuperar su trabajo.
Pudo restituir con creces todo lo que había dejado de darle a su familia en
todo ese tiempo.
Cierto día, mientras caminaba por Jerusalén, a su paso se
encontró con una multitud que iba caminando hacia el templo. Aunque tenía prisa
ya que debía hacer un encargo, la curiosidad pudo más, así que los siguió. Al
llegar vio que esas personas se sentaban en círculo alrededor de un hombre que
les hablaba. Al acercarse más pudo distinguir que ese hombre era el que lo
había sanado. Tuvo el intento de quedarse a escuchar que decía, pero recordó
que tenía algo pendiente por hacer. “Iré a hacer este encargo, y luego sacaré
un tiempo para venir a escucharlo.” Se fue, pero cuando hubo cumplido, le
ofrecieron otro trabajo con el que iba a ganar mucho más dinero. Luego de
pensarlo un poco pensó: “Con ese dinero le podré comprar unos trajes muy finos
a mi esposa, y más juguetes a mis hijos, nada es mucho para ellos. Si en algún
momento me vuelvo a encontrar a ese hombre, y si tengo tiempo, lo escucharé.
Otro día será.”
5. El religioso
Antes de enfermar, Santurron era reconocido entre los
ancianos y sacerdotes de Jerusalén como uno de los más esmerados y celosos
rabinos. Era ejemplo por su entrega y su compromiso a la observancia de la Ley.
El día que se dio cuenta de su enfermedad, aún cuando era algo muy doloroso, no
dudó ni por un instante que su deber era salir de la ciudad de inmediato, tal
como lo establecía la Ley. Una vez que fue curado, de inmediato regresó a la
sinagoga para reencontrarse con los rabinos e intérpretes de la Ley.
Pasados algunos días, estando junto con los demás judíos
devotos de la Ley reunidos en la sinagoga, vio entrar a ese hombre que le había
sanado. Sabía muy bien que aún cuando muchos decían que ese era el Mesías, no
podía ser, ya que el Mesías vendría como rey, y por nada del mundo andaría
entre pecadores y pobres. Pero si creía que podía ser un gran profeta enviado
por Dios, y que lo de Mesías era simplemente un rumor. Al ver que Jesús era el
encargado de la lectura de la tarde, decidió esperar a que lo hiciera para
acercarse luego y darle las gracias. Sin embargo, grande fue su asombro al
escuchar que Él mismo afirmaba ser Hijo de Dios, y el tan esperado Mesías. De
inmediato se llenó de rabia y odio hacia ese blasfemo, y junto con los demás, y
olvidando lo que había hecho por él, estuvo dispuesto a apedrearlo. Y si no
hubiera sido porque de la nada desapareció, lo hubiera acabar querido acabar con
sus propias manos.
6. El cansado
Agotado, al igual que Laborioso, antes de enfermar era un
hombre muy trabajador y esforzado, que siempre estaba buscando de qué manera
ganarse unos denarios. Como era muy joven todavía, no estaba casado, y vivía
con su madre y sus otros 2 hermanos que eran de la misma edad y también
trabajaban, por lo que entre los tres se hacían cargo de todo el mantenimiento.
Fue de lo más terrible tener que dejarlos, pero dado que la Ley lo exigía, se
separó de ellos.
Hubo gran regocijo el día que su familia lo vio entrar
por la puerta completamente sano. Lo recibieron con una gran fiesta, y le
pidieron les contara como había ocurrido tan maravilloso evento. Entonces su
madre le dijo que ella sabía quien era ese Jesús, que había hecho grandes
maravillas por todo Israel, sanando gente y predicando acerca de un Reino que
Él venía a establecer. Le dijo que debía de buscarlo para agradecerle, y de
paso escuchar de sus enseñanzas. A esto el joven respondió que cuando tuviera
oportunidad lo haría.
Y esa oportunidad llegó poco después. Acababa de terminar
sus labores de pesca en la madrugada, y acababa de llegar a la playa. Se sentía
exhausto y muy cansado, ya que los peces habían dado mucha pelea. Cuando iba
terminando, notó a la distancia una multitud sentada en la playa, viendo en
dirección al mar. Eso le pareció muy extraño, por lo que se acercó para ver más
detenidamente. Y pudo ver que había un hombre sentado en un barco pequeño que
hablaba a la gente. Miró más de cerca y distinguió que ese hombre era el que lo
había sanado. Recordó las palabras de su madre, y tuvo la intención de acercarse,
sin embargo en ese momento recordó lo cansado que se sentía. Así que pensó: “Bueno
mamá entenderá que me siento muy cansado, y quiero dormir aunque sea un par de
horas. Luego de eso regresaré a encontrarme con este hombre y le daré las
gracias.” Entonces tomó rumbo a casa, dejando atrás esa oportunidad de conocer
a Jesús.

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