jueves, 28 de marzo de 2013

Estar no es igual a ser


Estar no es igual a ser

“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.  Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” (1 Juan 2: 15-17)

En el huerto de Getsemaní, bajo la  oscuridad de la noche, Jesús se encuentra orando por personas que ni siquiera existen todavía. “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son… Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.” (Juan 17:9, 14-17).
Hoy después de 2 mil años de esta oración, ¿qué tanto se asemeja nuestra realidad a esa petición? Debemos decir que hay personas que no están viviendo según el ruego de nuestro Señor Jesucristo. Pero no es que Dios haya ignorado a Jesús. Si nuestras vidas están así no se debe a otra razón más que nosotros no hemos hecho nuestra parte, ya que Dios no se va a meter con nuestro libre albedrío para obligarnos a ser como Él quiere.
Estar en el mundo pero no ser parte de Él. Es algo simple de explicar, y se pueden usar infinidad de ejemplos. Es como cuando vamos a visitar a alguien al hospital. Estamos dentro del hospital, caminamos por sus pasillos, pero no formamos parte de este, ya que ni somos doctores ni somos pacientes. O cuando un padre va a la escuela de su hijo. Está en la escuela pero no forma parte de ella. Simple. Sin embargo llevar a cabo esto con nuestras vidas cristianas no es tan simple como explicarlo.  

¿Qué es el mundo? Al Jesús decir mundo, se refiere a la humanidad sin Dios, a todas las personas que viven “siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia…” (Efe. 2: 2), es decir, haciendo todo lo que nosotros sabemos perfectamente que es desagradable ante los ojos de Dios, ya que es abominación y pecado. Y todo esto sin importar raza, sexo, ubicación, edad (desde que se tiene conciencia de pecado claro), educación, ideología política, etc, etc. Una persona está en el mundo cuando vive sin tomar en cuenta a Dios parcial o completamente en sus decisiones.

Cabe destacar que el mundo al que se refería Jesús no lo conforman sólo las personas que cometen los pecados “más graves”, como robar, matar, ingerir drogas o el adulterio y la fornicación. Para Jesús el pecado nace en el corazón (Mt. 15: 19), y puede estar presente en la vida de una persona sin que se manifieste públicamente. De hecho, estas manifestaciones externas que ya mencionamos anteriormente y que mucha gente condena solo se muestran cuando ya el corazón está demasiado entenebrecido y oscuro. Pero todas empiezan con un “pequeño pecado” que puede parecer inofensivo, tal como el chisme, el rencor, la ira, la malicia, el vocabulario soez y vulgar, etc. Incluso con solo lanzar una mirada, o un mínimo pensamiento, se le está dando cabida al pecado para que empiece a trabajar en nosotros. Todo empieza en nuestra mente, por medio de la concupiscencia (para saber más de esta palabra, diríjase a “Rincón del Saber). “Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.” (Santiago 1: 15). En el mundo encontramos muchas personas que han sido consideradas “buenas” ante los ojos de la mayoría de las personas sin ser cristianos fieles, y sin embargo, ¿sabemos lo que hay en sus pensamientos? Mientras no hayan entregado sus vidas al Señor, por más buenas que puedan parecer, siguen siendo parte del mundo.

Para ser igual que los no creyentes, basta con reírse de sus chistes vulgares, ver sus mismos programas de televisión, hablar igual que ellos, tener su misma malicia, sus actitudes negativas, egoístas y orgullosas, viendo a Dios como un aburrido, un estricto, un controlador y hasta un “metido”. Esta es la actitud del mundano.


La trampa
El problema que muchos de nosotros tenemos es que, sin darnos cuenta, nos comenzamos a comportar de manera mundana. El diablo es muy astuto, y nos conoce incluso mejor de lo que nosotros mismos nos conocemos. Conoce nuestras debilidades, sabe como dicen “por donde darnos”. Actúa en nosotros como  lo hizo con Eva en el Huerto de Edén. “No moriréis…” (Gén. 3: 4), fue la forma como la serpiente dijo a Eva: “No es tan malo como dice Dios”, “Dios es demasiado estricto con ustedes”, “ustedes pueden hacer lo que quieran”, “no le harás daño a nadie con una sola mordida”, “te tomará solo un momento”, “puedes confiar en mi”, etc. Estas frases las hemos escuchado más de una vez, ¿cierto? Y si nos ponemos a analizarlas, muchas de ellas no son del todo mentiras. Porque de lo que no nos damos cuenta es que Satanás no nos engaña sólo a través de mentiras, sino a través de verdades a medias. Si nos ponemos a analizar el mundo que nos rodea, quienes nos rodean en el colegio, en la universidad, en el trabajo, incluso en nuestros hogares viven según verdades a medias. Y ese es el anzuelo que el diablo utiliza para atraer a los creyentes, porque llega un momento en que pensamos: “pues la verdad es que es cierto, un chistecillo de doble sentido no hace daño a nadie”, “pues yo veo que mis amigos lo hacen y no les ha pasado nada”, “un chismecillo es cualquier cosa”, “por un día que no vaya a la iglesia no se va a acabar el mundo”, “todo el mundo ve ese programa, no debe ser tan malo”, “mis amigos dicen que la iglesia es aburrida y está llena de hipócritas, y creo que si es cierto”. Y lo peor de todo es que hay personas que están dentro de la iglesia, y sin embargo tienen esta clase de pensamiento, por lo que son usadas por el diablo para “contagiar” a otros con esta manera mundana de pensar. Pero tengamos bien claro que una verdad a medias es una mentira completa ante Dios.

Las personas que han logrado, gracias a Dios, abandonar un terrible vicio que estuvo a punto de llevarlos a su destrucción, son los primeros testigos de cuan terribles y engañadoras son las verdades a medias. Algún siervo de Satanás se acercó a ellos con una de esas frases que mencioné anteriormente, y cuando se dieron cuenta estaban dentro del infierno en vida. Lo que no les dijeron fueron las terribles consecuencias de ese pequeño acto. Gracias sean dadas a Dios por esos hermanos entre nosotros que fueron alumbrados por Cristo para tomar el camino de regreso y ser salvados por la sangre de Jesús.
¿Cuál es la verdad que no nos dicen estas mentiras a medias? Que el pecado engendra muerte, y más grave que la muerte física, es la muerte espiritual. Es como una gangrena, que comienza con un pequeño pensamiento carnal, pero que se esparce a través de toda nuestra mente, y sin darnos cuenta toda nuestra manera de pensar deja de ser cristiana y comienza a ser mundana, tal como Satanás se había propuesto desde un principio.
Otro de los engaños de Satanás es mostrarnos solo un lado de la moneda. Nos muestra las personas felices, bien acomodadas, felices, con un carro del año, con esa casa propia que tanto hemos añorado, con su propio negocio, o cualquier cosa que nosotros hemos deseado. ¿Cuál fue el precio para alcanzar estas cosas? Dejar de ir a la iglesia, juntarse con personas libertinas y carnales, vivir sin Dios. Pero si viéramos el otro lado de la moneda, nos daríamos cuenta de que a esas personas “felices” lo único que les espera es una eternidad de sufrimiento, dolor y remordimiento.


Siendo distintos
Si Jesús pidió que estuviéramos dispuestos a poner de nuestra parte para ser distintos del mundo pecador, no era para dejar totalmente en nuestras manos esa responsabilidad. A través del tiempo que estuvo en la Tierra, y a través de sus apóstoles y discípulos, tales como Pablo, Juan y Pedro, nos dejó enseñanzas y claras instrucciones para saber enfrentarnos a cada una de las distintas situaciones en las que vamos a estar tentados a actuar y comportarnos tal como lo hacen los no creyentes. Basta con que nos dirijamos al Nuevo Testamento para encontrar el “manual de vida del creyente”.

En Lucas 9: 57-62, encontramos tres requisitos esenciales para ser discípulos de Jesús.
1.       No emprender la tarea sin tener claro que el cristiano lejos de vivir siempre cómodo y sin problemas, deberá enfrentar situaciones de escasez, momentos de soledad, e incluso momentos en los que no tendrá el apoyo de nadie más que de Dios.
2.       Para el cristiano la obra de Cristo debe ser su prioridad. Debe estar dispuesto a renunciar aún a aquellas cosas más preciadas. Si su familia o su trabajo significan un obstáculo en su total consagración, deberá abandonarlas por amor de Cristo.
3.       Jesús espera total y completa fidelidad de parte nuestra. Espera que nosotros estemos dispuestos a dar nuestro máximo esfuerzo, sabiendo que nuestra obra será bien recompensada. Quiere compromiso de por vida, y que no volvamos a ver el pasado, como si hubiera sido mejor lo que dejamos que lo que nos espera. No cometamos el error de los israelitas en el desierto, quienes por el cansancio y la sed deseaban volver a Egipto, por lo que fueron castigados con 40 años más de vagar por las arenas antes de entrar por fin en la tierra prometida.

Ahora leamos Mateo 6: 24. Nuevamente Jesús nos pide total consagración y fidelidad, sabiendo bien que la persona que, pretendiendo ser cristiano sigue coqueteando con el mundo, no es alguien digno de confianza, es una persona tibia la cual “vomitaré de mi boca” (Apo. 3: 16).

Mateo 6: 22-23: “ La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?”. Debemos de cuidar muy bien lo que nos permitimos ver, ya que todo lo que vemos provoca un pensamiento, y si este pensamiento es pecaminoso estamos dejando entrar las tinieblas en nuestro corazón. Recordemos que “cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mat. 5: 28). Y podemos intercambiar la palabra “mujer” por cualquier otra cosa de este mundo que igual nos lleva a la codicia, y con ella al pecado. A veces es mejor resistirse y hacer un sacrificio que darse “un gustito” y caer en maldad. Todo depende del caso en que nos encontremos claro está. “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.” (Mat. 5: 29)
También debemos cuidar nuestra forma de hablar ya que con solo decir “necio” (o sea tonto) a alguien, somos tan culpables ante Dios como lo es un asesino (Mt. 5: 22). Que más bien “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno.” (Col. 4: 6)

Y podemos seguir enumerando pasajes. Jesús nos habla acerca de evitar los prejuicios (Mateo 7: 1-5), de cuidar nuestro cuerpo físico (1 Corintios 6: 12-20, palabras de Pablo), de no preocuparnos ni afanarnos (Mateo 6: 25-31), de como tratar a las personas que nos hacen algún daño (Mateo 5: 44-48), etc., etc.

Además, Jesús nos deja muy claro que vivir siguiendo estas directrices no quedará sin recompensa. No nos dice que no tendremos dificultades ni problemas, pero que pase lo que pase podremos confiar porque nuestra vida no se derrumbará (Mateo 7: 24-28), que siempre tendremos una guía a través de toda situación que nos mostrará qué hacer (Juan 14: 16-17). Y su promesa más maravillosa para nosotros, que pase lo que pase, todo obrará para bien en nuestras vidas (Romanos 8: 28) Así pues, “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?... Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.” (Romanos 8: 35, 37). Nuestra victoria como cristianos fieles y victoriosos dependerá de que tan convencidos de que esta clase de vida vale la pena, y nos comprometamos de corazón a vivir para Jesús. Siguiendo las instrucciones de nuestro Salvador, estaremos marcando la diferencia con el mundo. Al final de cuentas, Él ya venció lo que nosotros no podíamos vencer. (Juan 16: 33).



Seamos influencia
Teniendo claro que no debemos imitar a los inconversos, al contrario debemos ser completamente distintos a ellos, Jesús también dijo que debíamos ser “sal y luz de este mundo”. Y aquí es donde entra en juego una parte fundamental del cristiano: su influencia. La sal no tiene efecto alguno mientras esté dentro del salero. Solo se sentirá su sabor cuando salga de él. De nada sirve una lámpara en un cuarto que ya está iluminado. Sólo cuando se enciende en medio de la oscuridad realmente se hará sentir su presencia. De igual forma, los cristianos que solo se conforman con ser “domingueros de banca” no tienen utilidad alguna para Dios. Así pues, es nuestra responsabilidad no dejarnos llevar por la forma de vivir mundana, sino más bien hacer desear a los no creyentes tener la clase de vida que llevamos, es decir influenciarlos para que decidan entregar sus vidas a Cristo.
Hay muchos tristes casos de cristianos que intentaron atraer incrédulos a la iglesia, pero que, debido a que ellos mismos no estaban firmes en la fe, ocurrió el efecto contrario, fueron atraídos poco a poco a la vida mundana hasta el punto de que cometieron un error fatal que los terminó sacando de la congregación. Para evitar este tan grande riesgo, quien pretenda “ir al mundo y predicar el evangelio a toda criatura” (Marcos 16: 15), debe primero haber alcanzado cierto grado de madurez y conocimiento que le impedirá ser engañado por el maligno. Esto sólo se logra a través de la constante comunión con Dios, a través del estudio bíblico, la oración y congregarse. Además entendamos que no es sólo predicando que se evangeliza. Podemos influenciar a otros de diversas formas. Basta con pequeñas pero importantísimas acciones, cómo ejemplo mantener la calma cuando todos los demás están histéricos o furiosos, mantener la compostura ante un chiste vulgar o ante alguna insinuación de pecado, al no volver a ver a la mujer voluptuosa que pasa por la calle. Cuando dentro del círculo de amigos se comienza a hablar mal de una persona que no está presente, y decidimos apartarnos. Cuando ponemos en primer lugar ir a la iglesia que ir al estadio, o a la playa. Todas estas son pequeñas medidas que si ponemos en práctica estaremos marcando la diferencia, y será algo que los demás notarán. Así, sin abrir la boca, nos convertimos en la sal y la luz del mundo.

Hay una característica del cristiano fiel y verdadero, que verdaderamente le motivará a hacer todas estas cosas, y más aún. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (Juan 13: 25). Todo lo que hagamos, hagámoslo con amor. Amor a Dios. Amor a los hermanos. Amor a los perdidos. Amor a los extraviados. Todos por igual somos personas perdidas por las cuales murió Cristo, por su gran y eterno amor. Cultivemos nosotros esta misma clase de amor, tanto a Dios como para ser distintos del mundo pecador, como a nuestro prójimo para ser una buena influencia para ellos, y hacerles más fácil venir a Cristo.

“La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.” (Santiago 1: 27)


Campamento Casi Cielo La Fortuna 2011

Por: Kenneth Matarrita, editor

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