Verdaderamente libres Parte II
Por: Jorge Cambronero
Es claro como no debemos usar nuestra libertad en Cristo.
Por lo tanto la verdadera pregunta es ¿Cómo debemos usarla? ¿Cómo podemos usar
nuestra libertad de una manera que honre a Dios y nos ayude a crecer en gracia?
Pablo tiene la respuesta en Gálatas 5: 13. Él dijo que
debemos usar nuestra libertad para servirnos unos a otros por amor. “Porque
vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados: solamente que no uséis la
libertad como ocasión para la carne, si no servíos por amor los unos a los
otros.” La Escritura constantemente nos recuerda el gran valor que Dios le da
al servicio en humildad. Una y otra vez la Biblia nos recuerda que si deseamos
ser realmente grandes en el reino de Dios, debemos servir.
Jesús hizo a sus discípulos una magnífica declaración en el
comienzo de lo que llamamos la gran Comisión. Él dijo “Toda potestad me es dada en el cielo, y en la Tierra.” (Mateo 28:
18) ¿Puede imaginarse cuanto poder es este? TODO el poder del Universo le fue
concedido. El mismo poder que encendió el fuego de las estrellas y que sostiene
a cada átomo, le pertenece a Jesús. ¿Y qué hizo Él con este poder?
¿Sacudir el Universo? ¿Crear unas
cuantas galaxias más? No. Jesús se quitó su manto. Se ciñó como un sirviente, y
lavó los pies de sus discípulos. Después de haber lavado los últimos tobillos y
dedos sucios, preguntó a sus amigos, en efecto “¿sabéis lo que os ha hecho? Les
he dado un ejemplo. Porque si yo siendo vuestro
Señor les he servido, entonces ustedes deben servirse el uno al otro.”
Vea Juan 13: 12-14. ¿Qué pasaría si ahora mismo usted pudiera decir: “Todo el
poder del Universo es mío”? ¿Qué haría con tal poder?
Pocos de nosotros que queremos servir. Nos gusta dar órdenes
y esperar ser servidos. “Ve y tráeme aquello”, “alcánceme aquella herramienta”,
“necesito que ustedes vayan”. ¡Cómo nos gusta dar órdenes! ¡Y como nos irrita
que las ordenes no sean cumplidas! Nos hiere y nos ponemos malos, no nos gusta.
Nos encanta ser parte de la clase de los que están al mando. Pero las más
grandes bendiciones de Dios no se encuentran ahí. No hemos sido liberados para
estar mandando a nuestro prójimo. Sino para servirnos los unos a los otros, con
amor. No cabe duda de que ésta bendición requiere una obra del Espíritu de Dios
en nuestros corazones. Mi naturaleza humana ciertamente se rebela a la de
servir en amor a alguien más. A menudo mi reacción inmediata al más mínimo
pedido es “si quieres un vaso de agua, ve y tráelo tú mismo.” ¿Quién fue tu
esclavo ayer?
A mi carne le gusta que le sirvan. Clama para ser servida.
Pero hemos sido liberados de la esclavitud de la carne, y ahora podemos servir
a otros en amor. ¡Qué alegría es servir con amor! Toda la ley se comprime en
una frase: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Mat. 22: 39). Así que,
queridos lectores y hermanos en Cristo, sirvamos con la libertad con que Dios
nos hizo libres y no sirvamos más al pecado, sirvamos con amor.
“Y a aquel que es poderoso para guardarnos sin caída, y
presentaros sin mancha delante de su gloria con alegría, al único y sabio Dios,
nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia ahora y por todos
los siglos. Amén” (Judas 1: 24, 25). Que Dios los guarde siempre.
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